miércoles, noviembre 07, 2007

Reflexión...del árbol caído...

Quiero aprovechar esta oportunidad, para compartir con Ustedes,gracias alamagia de laparticipacion y enhebrada comunicación de este rincón,que perfmite no sólo la recepción del mensaje, sino además, su interactuada opinión y la remisión de articulos,opiniones,versos y videos, de parte de mis coterráneos sobrevivientes, para presentarles este artículo, remitido por mi amiga Ilo, a quiemn quiero expresar que por encima de cualquier mundana circunstancia,siembre ha sido, es y será para quienes le apreciamos,el maravilloso y profesional ser que todos conocemos y que quienes hemos tenido la oportunidad de vivenciar aún más,añoramos y queremos, en su antecedente más remoto,alejado del mundanal ruido de las pompas de cargos e institucionalidades vanas.

Al resto de mis honrosos sobrevivientes,sé de antemano que muchos han de sentirse reflejados en la autenticidad del artículo que de seguido comparto, y para quienes desconocen mis antecedentes, como ciudadano y funcionario público, quisiera aclarar, sin falsos prejuicios, ni pretender con ello buscar una paz de la que afortunada y honrosamente disfruto, que jamás me he sentido "en la cresta de la ola", sin embargo, si he estado,afortunadamente, al lado de personajes que han dictado pauta en ello y me han permitido profesionalmente, aporar mi grano de arena para hacer de mi entorno un mundo mejor, acorde a la invadida y desterrada justicia y el bien común de los tiempos actuales.

A todos, mi más sincero agradecimiento.

Diario El Carabobeño
Cauce Claro
Del ábol caído...
Iraida Fermín de Izaguirre

Sí, así reza un dicho muy viejo y muy popular: "Del árbol caído todos hacen leña". A mí en la vida me ha tocado para bien o para mal ser testigo de muchas de estas situaciones, y protagonista en muchas otras. He visto cientos de personas que mientras estaban en una posición eran colmadas de elogios y le era difícil a uno acercársele para saludarle, del cortejo que permanentemente le rodeaba pero que después de abandonar esa jerarquía andaban solitarias dejando a su paso una estela de comentarios en voz baja, desconociéndose cuánto hizo, mientras esas mismas personas la lisonjeaban de una manera burda y hasta repulsiva. Y la gente con quien se comenta a veces estas injustas e interesadas conductas, se limita simplemente a decir: "Bueno, así es la vida", en una especie de velada complicidad o, en el mejor de los casos, de una tácita aceptación. Yo no pienso así y mucho menos actúo de esa manera. Creo que cuando la persona es noticia -y conste que yo lo he sido- es el momento en que menos necesita compañía o halagos; pero cuando se encuentra sola o pasando un mal rato, una llamada, una esquelita, una visita, un simple abrazo, se crecen y se transforman en un gesto de solidaridad invalorable para quien lo recibe.

Siendo muy joven, inesperadamente fui noticia: en un Estado bastante conservador hace veinte años -y que me perdonen quienes no aceptan de buena gana ese calificativo- fui nombrada para un importante cargo en la Administración Pública; la mayoría de amigos con quienes consulté la propuesta que se me hacía, fueron de opinión de que no aceptara, en primer lugar porque había trabajado mucho y me pensaban con capacidad para otra posición, en segundo lugar porque ese cargo era una especie de sheriff, de hombre rudo y madrugador que iba de bar en bar comprobando el comportamiento de las personas. Yo lo medité y acepté. Mi gestión se ajustó a los propósitos de enaltecer la posición y aunque de noche me daba mis vueltecitas por la ciudad para comprobar el estado de las calles, el funcionamiento del aseo urbano y otras cosillas, me dediqué a aplicar mis conocimientos jurídicos en la producción de proyectos de decretos y reglamentos de ordenanzas para ser aplicadas a casos que no eran resueltos por aquellas. De allí fui a otra dependencia superior, donde estuve dos años; en ésta fueron muchos los proyectos que concreté y esa etapa de mi vida la califico de valiosa por lo que di y por lo que aprendí.

Por circunstancias propias de la actividad en la que había incursionado, me vi obligada a desplazarme por toda Venezuela, donde tuve una figuración bastante destacada en charlas, conferencias, entrevistas, programas de TV, siendo conocida por mucha gente. Esta situación duró un año, más exactamente trece meses, y por causas ajenas a mi voluntad volví a mi vida de siempre, sin diarios, sin programas ni entrevistas. Allí, a partir de ese momento nadie, así de simple, tomó un teléfono para conversar conmigo. Una gran soledad me rodeó, a tal punto que alguien muy allegado a mí, residenciado fuera de Venezuela, estaba por aquí y se marchó sin siquiera hablarme una vez. A los años este hecho surgió en una conversación; él se limitó a decirme que no lo había hecho porque le produjo lástima lo que ocurrió... ¿Lástima? ¡Qué raro! Cuando muere alguien con todo y que desde pequeños nos han dicho que pasa a mejor vida, a todos sigue dándonos lástima, pero por eso no vamos a dejar solos a los dolientes; muy por el contrario procuramos acompañarlos, consolarlos, darles nuestro apoyo.

Esa experiencia vivida fue una gran lección, mas no un motivo de depresión ni de apatía, sino de acicate para seguir por la meta trazada y así se sucedieron y se han producido muchas actuaciones satisfactorias y plenas de reconocimiento por personas menos mezquinas y más desprendidas. Al terminar por ejemplo un posgrado en Caracas y resolver la universidad abrirlo en Maracay, el coordinador, un reconocido jurista y profesor entre otras de la materia fundamental, se acercó a mí y me participó que yo había sido seleccionada para coordinar el nuevo curso y para dictar la materia que él enseñaba. Como ésta, la vida se ha ido poco a poco encargando de neutralizar la envidia o el desconocimiento y por ello le estoy profundamente agradecida; y cuando presencio actitudes como ésas de que les hablaba, las repudio. Y quien las vive cuenta con mi afecto, se lo manifiesto y le reconozco sus méritos sin desmedro de los que pueda tener quien lo reemplace. A ambos les deseo suerte y cuando el séquito de otros indulgentes ya no le rodea ni le colma de alabanzas yo me le acerco, porque allí y en ese momento es que se necesita el calor humano que levanta el espíritu y hace que creamos de nuevo en las personas y recobremos la fe en los sentimientos de los demás. Las posiciones, amigos, los cargos y la figuración son pasajeros. El cariño, reconocimiento y respeto son duraderos, permanentes, inmanentes e imperecederos y a ellos hay que aferrarse. Solamente así podremos levantar el árbol caído, apuntalarlo, regarlo y sentarnos a su sombra en espera de su renacer.

En marcha estoy

1 comentario:

Anónimo dijo...

Comparto la apreciación de Iraida Fermín de Izaguirre..."y cuando el séquito de otros indulgentes ya no le rodea ni le colma de alabanzas yo me le acerco, porque allí y en ese momento es que se necesita el calor humano que levanta el espíritu y hace que creamos de nuevo en las personas y recobremos la fe en los sentimientos de los demás. Las posiciones, amigos, los cargos y la figuración son pasajeros. El cariño, reconocimiento y respeto son duraderos, permanentes, inmanentes e imperecederos y a ellos hay que aferrarse. Solamente así podremos levantar el árbol caído, apuntalarlo, regarlo y sentarnos a su sombra en espera de su renacer." unos más que a otros ha sucedido, cuando estás arriba tienes mucha gente a tu alrededor, cuando por alguna razón ya no permaneces o te cambian de lugar, ya no eres útil, ya ni recuerdan el nombre...pero al final quienes están contigo en todo momento, son los que te hacen valorar realmente, retomar la fe y afianzar los verdaderos lazos de amistad y compañerismo, propio solo de aquellos que llevan como estandarte, trabajar con la frente en alto...saludos, corazón. Abrazos. MIGUELINA