sábado, junio 30, 2007

Cuando llega la nada...


Se me puso flaco el mundo
Y mi lamento cayó en coma
Y mi fe se hacia bosta
Y cambié de religión
Y la causa de mi ausente fue tu ausencia
Y mi cargo de conciencia no me deja respirar
Y a mi la gente me pregunta…

Que es de la mujer aquella y digo:
Nada..nada..nada..nada..nada..na na
Nada..nada..nada..nada..nada..nada
Nada..nada..nada..na na
Nada..nada..nada..nada..nada..
Yo era el dueño de la nada
Y no supe ni por qué..ay ay

Semejantes y lejanos
Fuimos costumbre ya era en vano
Y la salida de los sábados
Ya se hacía un funeral

La costumbre de brindar por los amores
Y pensar en el futuro
Era un tema a no tratar
Y ya el beso era obligado.

Y hasta hicimos el amor pensando en…
Nada..nada..nada..nada..na.. na..
Nada..nada..nada..nada..nada
Nada..nada..nada..nada..na..na..
Nada..nada..nada..nada..nada..
Yo era el dueño de la nada
Y no supe ni por qué..

Nada..nada..nada..nada..nada..na na
Nada..nada..nada..nada..nada..
Yo era el dueño de la nada

Y no supe ni por qué…ay ay ay!
Ricardo Montaner

viernes, junio 29, 2007

¿Vamos juntos?

VAMOS JUNTOS

Con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

compañero te desvela
la misma suerte que a mí
prometiste y prometí
encender esta candela

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

la muerte mata y escucha
la vida viene después
la unidad que sirve es
la que nos une en la lucha

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

la historia tañe sonora
su lección como campana
para gozar el mañana
hay que pelear el ahora

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

ya no somos inocentes
ni en la mala ni en la buena
cada cual en su faena
porque en esto no hay suplentes

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

algunos cantan victoria
porque el pueblo paga vidas
pero esas muertes queridas
van escribiendo la historia

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero.

Mario Benedetti

jueves, junio 28, 2007

Una plegaria desatendida para ratificar que a veces, "menos es más"...

Señor, tú que eres capaz de iluminar la conciencia, de enhebrar en los corazones solitarios la esperanza y avivar en las almas sedientas de amor, la esperanza certera, la fuerza incontenible de la fe...

Tú que eres capaz de tornar e posible lo imposible,de sortear obstáculos y hacer ver en tu humana creación,el renacer de la buena voluntad para seguir adelante por senderos intrincados, con claros de luz y noches de iluminadas estrellas, entre el frescor de la brisa matutina y el sereno aire de la noche cómplice;
dame por favor tu luz, envíame una señal para ratificar este pálpito de que a veces,menos es más;de que basta encontrar, un lugar donde sentirse además de útil,querido y verdaderamente apreciado, donde el respeto hacia el desempeño profesional pueda albergar la esperanza certera, de mejorar, quizás un salario menor a aquél que ofrece un lugar, donde la desigualdad,envidia e incomprensión obscurecen cualquier destello de luz, donde por más que exista un esfuerzo creativo, éste se vea empañado por la ponzoñosa intención de aquélla que hecha la inocente pobre amiga, siempre se beneficia ante los demás y regodea con tu tristeza, que sabe venderse y aún a pesar de sus miserias y deficiencias,por todos conocidas, es quien lleva la voz campante y obtiene las prevendas de sus superiores. Sabes Señor que mi corazón no alberga la envidia, porque al contrario,persigue la razón y más de una ocasión ha bajado la cabeza para en cuplimiento de un deber,honrar compromisos propios y extraños en cumplimiento de tu desmedida responsabilidad y a pesar de ello ha contado con desagradecidas respuestas y traicioneras actitudes, conocidas por muchos y algunas aún por mi desconocidas.

Señor, por favor, se que tienes demasiadas ocupaciones, que has de ver y resguardar a tanta gente que anhela, sentir aunque sea un poco de tu presencia, de gente maltratatada,ignorada,humillada, de los que nada poseen; no pretendo contrariarte aún más, ni quitarte parte de tu precioso tiempo, pero al menos ilumina el sendero de este humilde pecador,mándame un aviso, por pequeño que sea,para ratificar en mi interior, que esto que anhelo es posible,que no me equivoco, al pretender renunciar a este oprobioso presente,"aparentemente seguro pero concretamente infeliz", por otra realidad,quizás menor cuantitativamente,pero con más posibilidades de respeto y vida útil, para el soñador que llevo por dentro",para el verdadero ser que soy...

Gracias Señor, cualquiera sea tu respuesta...

Amén.

miércoles, junio 27, 2007

Una navidad...de Truman Capote, en el día nacional del periodista venezolano

PRIMERO, UN BREVE PREÁMBULO autobiográfico.
Mi madre, mujer excepcionalmente inteligente, era la chica más guapa de Alabama. Todo el mundo lo decía, y era verdad. A los dieciséis años se casó con un hombre de negocios de veintiocho que provenía de una buena familia de Nueva Orleans. El matrimonio duró un año. Ella era demasiado joven tanto para ser madre como para ser esposa; era además demasiado ambiciosa: quería ir a la universidad para tener una carrera. De modo que dejó a su marido; y, por lo que a mí se refiere, me puso al cuidado de su numerosa familia de Alabama.
Durante años, rara vez vi a ninguno de mis padres. Mi padre tenía asuntos en Nueva Orleans, y mi madre, tras graduarse, empezaba a abrirse camino por sí misma en Nueva York. En lo que a mí me concernía, ésta no era una situación desagradable. Era feliz donde me hallaba. Tenía a muchos parientes amables conmigo, tías y tíos y primos y, especialmente, "a una" prima ya mayor, con el pelo canoso, una mujer ligeramente tullida llamada Sook. Miss Sook Faulk. Tenía otros amigos, pero ella era, con mucho, mi mejor amiga. Fue Sook quien me habló de Papá Noel, de su barba abundante, su traje rojo y su ruidoso trineo cargado de regalos, y yo la creí, del mismo modo que creía que todo era voluntad de Dios, o del Señor, como siempre le llamó Sook. Si tropezaba, o me caía del caballo, o pescaba un gran pez en el riachuelo, bueno, para bien o para mal, todo era por voluntad del Señor. Y eso fue lo que dijo Sook al recibir las alarmantes noticias de Nueva Orleans: mi padre quería que yo fuera a pasar con él la Navidad.
Lloré. No quería ir. Nunca había salido de aquella aislada y pequeña ciudad de Alabama, rodeada de bosques, granjas y ríos. Jamás me acostaba sin que Sook me peinara el pelo con los dedos y me besara para darme las buenas noches. Además, me asustaban los extraños, y mi padre era un extraño. A pesar de haberlo visto varias veces, su imagen se confundía en mi memoria; ignoraba qué aspecto tenía. Pero como decía Sook: "Es la voluntad del Señor. Y, quién sabe, Buddy, quizás hasta veas la nieve".
¡Nieve! Hasta que aprendí a leer por mí mismo, Sook me leyó muchos cuentos, y parecía haber cantidad de nieve en la mayoría de ellos. Deslumbrantes copos de ensueño deslizándose por los aires. Era algo con lo que soñaba; algo mágico y misterioso que deseaba ver y sentir y tocar. Por supuesto, ni Sook ni yo nunca lo habíamos hecho; ¿cómo habríamos podido hacerlo viviendo en un lugar tan caluroso como Alabama? No sé cómo pudo pensar que yo vería nieve en Nueva Orleans, ya que Nueva Orleans es aún más calurosa. Pero qué más da. Intentaba infundirme coraje para emprender el viaje.
Me dieron un traje nuevo. Me colgaron en la solapa una tarjeta con mi nombre y mi dirección. Eso, por si me perdía. El caso es que iba a hacer el viaje solo. En autobús. En fin, todos pensaron que estaría a salvo con mi tarjeta. Todos, excepto yo. Estaba asustado; enfadado. Furioso con mi padre, ese extraño, que me forzaba a abandonar mi casa y a separarme de Sook por Navidad.
Se trataba de un viaje de más de setecientos kilómetros, poco más o menos. Mi primera parada fue Mobile. Allí, cambié de autobús, y viajé horas y horas por tierras pantanosas a lo largo de la costa hasta llegar a una ciudad ruidosa, con tranvías tintineantes y mucha gente peligrosa con pinta extranjera.
Era Nueva Orleans.
Y, de pronto, al bajar del autobús, un hombre me rodeó con sus brazos y me exprimió la respiración; reía y lloraba; un hombre alto y apuesto, riendo y llorando. Dijo:
-¿No me conoces? ¿No conoces a tu padre?
Yo había enmudecido. No dije una sola palabra hasta que, al fin, mientras íbamos ya en un taxi, le pregunté:
-¿Dónde está?
-¿La casa? No muy lejos.
-No, la casa no. La nieve.
-¿Qué nieve?
-Creía que habría un montón de nieve.
Me miró con extrañeza, pero acabó por reír.
-Nunca ha nevado en Nueva Orleans. Al menos que yo sepa. Pero escucha: ¿oyes ese trueno? Seguro que va a llover.
NO sé qué es lo que más me asustaba, si el trueno, los fulminantes rayos que lo seguían, o mi padre. Aquella noche, al acostarme, seguía lloviendo. Recité mis oraciones y recé para estar pronto de vuelta en casa con Sook. No sabía cómo iba a poder dormirme sin que ella me diera el beso de las buenas noches. Lo cierto es que no conseguía dormirme, de modo que me puse a pensar en lo que iba a traerme Papá Noel. Quería un cuchillo con el mango de nácar. Y un gran rompecabezas. Un sombrero de cowboy con un lazo de rodeo. Un rifle BB para matar gorriones. (Años más tarde, tuve una escopeta BB con la que maté un sinsonte y un mirlo, y jamás he podido olvidar cuánto lo sentí y cuánta pena me dio; nunca volví a matar otra cosa, y todos los peces que pesqué los devolví al agua). También quería una caja de lápices. Y, más que cualquier otra cosa, una radio, pero sabía que era imposible: no conocía ni a diez personas que tuvieran radio. Recordarán que era la época de la Depresión, y en el Profundo Sur eran escasas las casas que tenían radio o refrigerador.
Mi padre tenía las dos cosas. Parecía tenerlo todo: un coche con el asiento trasero descubierto, por no hablar de una casita color rosa en el Barrio Francés, con balcones de hierro forjado y un patio interior ajardinado, lleno de flores y refrescado por una fuente en forma de sirena. También tenía media docena, por no decir toda una docena, de amigas. Al igual que mi madre, mi padre no había vuelto a casarse; pero los dos tenían admiradores asiduos, y, quisiéranlo o no, antes o después recorrieron el camino del altar; en realidad, mi padre lo recorrió seis veces.
Pueden, pues, comprobar que tenía un gran encanto; y, de hecho, parecía seducir a la mayoría de la gente, a todos menos a mí. Eso era lo que me azaraba tanto, siempre arrastrándome de aquí para allá para que conociera a sus amigos, a todos, desde el banquero hasta el barbero que le afeitaba cada día. Y, naturalmente, a todas sus amigas. Y lo que es peor: se pasaba el tiempo besándome, achuchándome y presumiendo de mí. ¡Me sentía tan avergonzado! Primero, no había nada de qué presumir. Yo era un auténtico chico de campo. Creía en Jesús y rezaba concienzudamente mis oraciones. Estaba convencido de que existía Papá Noel. Y, en mi casa de Alabama, excepto para ir a la iglesia, nunca llevaba zapatos, ni en invierno ni en verano.
ERA una auténtica tortura ser arrastrado por las calles de Nueva Orleans dentro de aquellos zapatos fuertemente atados, calientes como el infierno, tan pesados como el plomo. No sé qué era peor, si los zapatos o la comida. En mi casa estaba acostumbrado al pollo a la parrilla, a las verduras estofadas, a las judías con mantequilla, a pan de maíz y a otras cosas reconfortantes. ¡Pero esos restaurantes de Nueva Orleans! Nunca olvidaré mi primera ostra, era como un mal sueño deslizándose por mi garganta; tuvieron que transcurrir décadas antes de que volviera a tragar otra. En cuanto a toda esa comida criolla cargada de especias, sólo pensarlo me da acidez. No señor, yo añoraba las galletas recién sacadas del horno, la leche fresca de vaca y la melaza casera.
Mi pobre padre no tenía ni idea de cuán desgraciado era yo, en parte porque nunca dejé que lo notara ni porque jamás se lo dije; en parte porque, aunque mi madre protestara, él se las había ingeniado para conseguir mi custodia legal durante las vacaciones de Navidad.
Me decía:
-Di la verdad, ¿no quieres venir a vivir aquí conmigo, en Nueva Orleans?
-No puedo.
-¿Qué significa que no puedes?
-Añoro a Sook. Añoro a Queenie; tenemos un conejito de Indias muy divertido. Lo queremos mucho.
Dijo mi padre:
-¿Es que a mí no me quieres?
Dije yo:
-Sí.
Pero la verdad es que, a excepción de Sook y de Queenie y de unos pocos primos y de un retrato de mi hermosa madre al lado de la cama, no tenía una idea muy clara de lo que significaba querer.
Pronto lo descubrí. La víspera de Navidad, mientras caminábamos por Canal Street, me paré en seco, extasiado ante un objeto mágico que vi en el escaparate de una gran tienda de juguetes. Era la maqueta de un avión lo bastante grande como para sentarse dentro y pedalear como en una bicicleta. Era verde y tenía una hélice roja. Estaba convencido de que, si pedaleaba con la suficiente energía, ¡el avión despegaría y levantaría el vuelo! ¡Habría sido en todo caso fantástico! Ya podía ver a mis primos allí abajo mientras yo volaba por entre las nubes. ¡Ver para creer! Reí; reí y reí. Fue la primera vez que mi padre pareció sentirse a gusto conmigo, aunque no sabía qué me había parecido tan divertido. Aquella noche recé para que Papá Noel me trajera el avión.
MI padre había comprado ya un árbol de Navidad, y estuvimos un montón de tiempo en un supermercado eligiendo cosas para adornarlo. Entonces cometí un error. Coloqué un retrato de mi madre bajo el árbol. En el momento en que mi padre lo vio, se puso pálido y empezó a temblar. Yo no sabía qué hacer. Pero él sí. Fue hacia un armario y sacó de él una botella y un vaso largo. Reconocí la botella porque todos mis tíos de Alabama tenían muchas exactamente iguales. ¡Puro Moonshine, licor destilado ilegalmente durante la Prohibición! Llenó el vaso y se lo bebió de un trago. Hecho esto, fue como si el retrato se hubiera desvanecido.
Esperé, pues, la Nochebuena y el siempre excitante advenimiento del orondo Papá Noel. Por supuesto, jamás había visto ese pesado y ruidoso gigante con la panza hinchada dejarse caer por la chimenea y exhibir alegremente su generosidad bajo un árbol de Navidad. Mi primo Billy Bob, que era un miserable enanito, pero que tenía un cerebro como un puño de hierro, afirmaba que todo eso era una tontería, que no existía semejante criatura.
-¡Vaya! -dijo-. Creer que un Papá Noel existe es como creer que una mula es un caballo.
Esta disputa tenía lugar en la plaza del pequeño juzgado. Le contesté:
-Existe un Papá Noel porque lo que hace es voluntad del Señor, y todo lo que es voluntad del Señor es verdad.
Y, escupiendo en el suelo, Billy Bob se alejó:
-¡Bueno, al parecer, tenemos a otro predicador entre nosotros!
Siempre me hacía a mí mismo la promesa de no dormir en Nochebuena, quería oír el baile saltarín del reno en el tejado y quedarme allí, al pie de la chimenea, esperando a Papá Noel para saludarle. Y, en aquella Nochebuena en particular, nada me parecía más fácil que permanecer despierto.
LA casa de mi padre tenía tres pisos y siete habitaciones, algunas espaciosas, sobre todo las tres que daban al jardín del patio: el salón, el comedor y una sala de música para los que querían bailar, tocar música y jugar a las cartas. Los dos pisos superiores estaban adornados con balcones de hierro forjado, cuyos intrincados barrotes verde oscuro se hallaban delicadamente entrelazados con buganvilla y rizadas guirnaldas de orquídeas, planta ésta que parece un lagarto chasqueando su lengua roja. Era el tipo de casa ostentosa con suelos encerados, algún mimbre por aquí y algún terciopelo por allá.
Podría haber sido confundida con la casa de un rico; era más bien la casa de un hombre con pretensiones de elegancia. Para un pobre (pero feliz) chico descalzo de Alabama, era todo un misterio el modo en que se las arreglaba para satisfacer esta aspiración.
No había en cambio misterio alguno en lo que se refiere a mi madre, quien, tras graduarse en la universidad, se esforzaba por ejercer todos sus encantos mientras luchaba por encontrar en Nueva York al novio adecuado que pudiera permitirse vivir en pisos de Sutton Place y adquirir abrigos de marta cebellina. No, los recursos de mi padre le eran de sobra conocidos, aunque nunca mencionara el asunto hasta años después, cuando ya había podido comprarse collares de perlas que colgaban de su cuello envuelto en pieles.
Había ido a visitarme a uno de esos internados esnobs de Nueva Inglaterra (donde mi enseñanza era costeada por su rico y generoso marido), cuando algo que comenté la enfureció; gritó:
-¡Conque no sabes por qué vive tan bien! Yates y cruceros por las islas griegas. Pues por ¡sus mujeres! Piensa en esa larga lista. Todas viudas. Todas ricas. Muy ricas. Y todas mucho mayores que él.
Demasiado viejas para que cualquier joven sensato se case con ellas. Es por lo que eres su único hijo. Y ésta es la razón por la que jamás volveré a tener otro; yo era demasiado joven para tener hijos, pero él era una bestia, acabó conmigo, me estropeó.
"Just a gigolo, everywhere I go, people stop and stare... Moon, moon over Miami... This is my first affair, so please be kind... He, mister, can you spare a dime?... Just a gigolo, everywhere I go, people stop and stare..." (1)
Mientras estuvo hablando (yo intentaba no escuchar, porque, al decirme que mi nacimiento había acabado con ella, estaba ella acabando conmigo), estas melodías, u otras semejantes, rondaban por mi cabeza.
(1) Célebre canción ligera de la época (N. de la T.) Me ayudaban a no escucharla, y me recordaban la extraña e inolvidable fiesta que dio mi padre en Nueva Orleans en aquella Nochebuena.
Iuminaron el patio de velas, al igual que las tres habitaciones que daban a él. La mayoría de los invitados estaban reunidos en el salón, donde un pálido fuego en la chimenea arrancaba destellos al árbol de Navidad; otros muchos bailaban en la sala de música y en el patio a los acordes de un gramófono. Tras haber sido presentado a los invitados y agasajado por todos, me enviaron arriba; pero, desde la terraza detrás de la contraventana francesa de la puerta de mi habitación, podía ver toda la fiesta, observar a las parejas mientras bailaban. Vi a mi padre bailando un vals con una mujer elegante alrededor del estanque que rodeaba la fuente de la sirena. Era realmente elegante, y llevaba un ligero vestido plateado que relucía a la luz de las velas; pero era mayor, como mínimo diez años mayor que mi padre, quien, en aquella época, tenía treinta y cinco.
De pronto me di cuenta de que mi padre era, con mucho, el más joven de su fiesta. Ninguna de las mujeres, por encantadoras que fueran, era más joven que la esbelta bailadora de vals con el ondulante traje plateado. Lo mismo ocurría con los hombres, quienes, en su mayoría, fumaban aromáticos puros habanos; más de la mitad eran lo suficientemente viejos como para ser padres de mi padre. Vi entonces algo que me hizo parpadear. Mi padre y su ágil acompañante se habían desplazado sin dejar de bailar hasta un lugar semioculto por las orquídeas; se abrazaban y se besaban. Me quedé tan sobrecogido, tan furioso, que corrí a mi habitación, salté dentro de la cama y me tapé la cabeza con las sábanas. ¿Qué podía querer mi joven y apuesto padre de una vieja como aquélla? ¿Y por qué toda esa gente de ahí abajo no se iba de una vez para que Papá Noel pudiera entrar? Permanecí despierto durante horas oyendo cómo se marchaban los invitados y, cuando mi padre dio las buenas noches por última vez, oí cómo subía las escaleras y abría la puerta de mi dormitorio para echar un vistazo; pero me hice el dormido.
Muchas cosas ocurrieron que me mantuvieron despierto toda la noche. Primero, las pisadas, el ruido de mi padre subiendo y bajando las escaleras, respirando con dificultad. Tenía que ver qué hacía. De modo que me escondí en el balcón, entre la buganvilla. Desde allí tenía una visión completa del salón, del árbol de Navidad y de la chimenea, donde todavía ardían pálidas llamas. Además, podía ver a mi padre. Caminaba a gatas por debajo del árbol disponiendo una pirámide de paquetes. Envueltos en papel púrpura, y rojo y dorado, y azul y blanco, crujían levemente cuando él los movía. Me sentía aturdido, ya que lo que veía me obligaba a reconsiderarlo todo. Si se suponía que estos regalos eran para mí, obviamente no habían sido enviados por el Señor ni repartidos por Papá Noel; no, eran regalos comprados y envueltos por mi padre. Lo que significaba que mi detestable primito Billy Bob, y otros tan detestables como él, no mentían cuando se burlaban de mí y me decían que no existía Papá Noel. El peor pensamiento era: ¿sabía Sook la verdad y me había mentido? No, Sook nunca me habría mentido. Ella creía. Eso era, aunque tuviera sesenta y tantos años, de alguna manera era al menos tan niña como yo.
Estuve observando hasta que mi padre terminó su tarea y apagó las pocas velas que aún quedaban encendidas. Esperé hasta asegurarme de que estaba en la cama y dormía. Entonces me deslicé hasta el salón, que todavía olía a gardenias y a puros habanos.
Me senté allí a pensar: Ahora seré yo quien tenga que decirle la verdad a Sook. Una ira, un extraño rencor, crecía en mi interior: no iba dirigido a mi padre, aunque acabara siendo él la víctima.
Al amanecer, examiné las tarjetas colgadas en cada uno de los paquetes. Todas decían: "Para Buddy". Todas, excepto una que rezaba: "Para Evangéline". Evangéline era una negra ya mayor que bebía Coca-Cola todo el día y que pesaba ciento cincuenta kilos; era el ama de llaves de mi padre -también lo había criado ella-.
Decidí abrir los paquetes: era la mañana de Navidad, estaba despierto, ¿por qué no? No me tomaré la molestia de describir lo que había dentro: sólo camisas, jerséis y tonterías por el estilo. Lo único que me gustó fue una soberbia pistola de pistones. Sin saber por qué, se me ocurrió que sería divertido despertar a mi padre con un tiro. Y lo hice. "Bang". "Bang". "Bang".
Se precipitó fuera de la habitación, con los ojos de par en par. "Bang". "Bang". "Bang".
-Buddy, ¿qué diablos crees que estás haciendo? "Bang". "Bang". "Bang".
-¡Para eso de una vez!
Me reí.
-Mira, papá. Mira cuántas cosas maravillosas me ha traído Papá Noel.
Más calmado, entró en el salón y me abrazó. -¿Te gusta lo que te ha traído Papá Noel?
Le sonreí. Él me sonrió. Fue un largo momento de ternura que se rompió cuando dije:
-Sí, papá, pero ¿qué me vas a regalar tú?
SU sonrisa se esfumó. Sus ojos se entrecerraron con suspicacia; podía leerse en su cara la sospecha de que yo le había tendido una trampa. Pero entonces se sonrojó, como si se avergonzara de pensar en lo que estaba pensando. Palmeó mi cabeza, carraspeó y dijo: "Bueno, había pensado que era mejor esperar y dejar que eligieras algo que desearas realmente. ¿Hay algo que quieras muy particularmente?"
Le recordé el avión que habíamos visto en la tienda de juguetes de Canal Street. Su rostro asintió. Oh, sí, recordaba el avión y cuán caro era. La cuestión es que, al día siguiente, yo ya estaba sentado en el avión, soñando que me elevaba hacia el cielo, mientras mi padre rellenaba un talón para el feliz vendedor. Habíamos hablado de cómo se transportaría el avión hasta Alabama, pero me mostré firme, insistí en que tenía que ir conmigo en el autobús que tomaba a las dos de aquella misma tarde. El vendedor lo solucionó llamando a la compañía de autobuses, que dijo que podrían arreglarlo con facilidad.
Pero todavía no me había librado de Nueva Orleans. El problema ahora era una gran petaca de Moonshine; puede que fuera por mi partida, pero el hecho es que mi padre había estado dándole al trago todo el día y, camino de la estación, me asustó al cogerme de las muñecas y susurrarme con amargura:
-No voy a dejar que te vayas. No puedo dejar que vuelvas con esa familia de locos a ese viejo caserón de locos. Hay que ver lo que han hecho contigo. ¡Un niño de seis años, casi siete, hablando de Papá Noel! Todo es culpa suya, de esas viejas solteronas agriadas, con sus Biblias y sus calcetas, de esos tíos tuyos, todos borrachos. Escúchame, Buddy. ¡Dios no existe! No existe ningún Papá Noel. Me apretaba las muñecas con tanta fuerza que me hacía daño.
-A veces, santo cielo, pienso que tu madre y yo, los dos, deberíamos pegarnos un tiro por haber permitido que esto ocurriera.
(Él nunca se quitó la vida, pero mi madre sí: pasó a mejor vida hace treinta años).
-Dame un beso. Por favor. Por favor. Dame un beso. Dile a tu papá que le quieres.
Pero yo no podía hablar. Estaba aterrado de perder el autobús. Y me preocupaba el avión, atado con correas a la baca del taxi.
-Dilo: "Te quiero". Dilo. Por favor. Buddy. Dilo.
Por suerte para mí, el taxista era un hombre de buen corazón.
Si no hubiera sido por su ayuda, la de unos mozos eficaces y la de un amable policía, no sé qué hubiera ocurrido al llegar a la estación. Mi padre se tambaleaba tanto que apenas podía andar, pero el policía habló con él, le serenó, le ayudó a mantenerse derecho, y el taxista prometió devolverlo a casa sano y salvo. Sin embargo, mi padre no se iría hasta ver cómo los mozos me acomodaban en el autobús.
Una vez dentro, me acurruqué en el asiento y cerré los ojos. Sentía un extraño malestar. Un dolor agobiante que me hería por todas partes. Pensé que, si me sacaba los pesados zapatos de ciudad, auténticos monstruos torturadores, aquella agonía remitiría. Me los quité, pero el misterioso dolor no me abandonó. En cierto modo, nunca más me abandonó; nunca más lo hará.
Doce horas más tarde estaba en casa, en cama. La habitación estaba a oscuras. Sook, sentada a mi lado, se balanceaba en una mecedora; un sonido tan sedante como el de las olas en el océano. Había intentado contarle todo lo que había ocurrido, y tan sólo me detuve cuando me quedé tan ronco como un perro aullador. Me pasó los dedos por el pelo y dijo:
-Por supuesto que existe Papá Noel. Sólo que es imposible que una sola persona haga todo lo que hace él. Por eso el Señor ha distribuido el trabajo entre todos nosotros. Por eso todo el mundo es Papá Noel. Yo lo soy. Tú lo eres. Incluso tu primo Billy Bob. Ahora ponte a dormir. Cuenta estrellas. Piensa en la cosa más apacible. Como la nieve. Siento que no llegaras a verla. Pero ahora la nieve cae por entre las estrellas.
Las estrellas destellaban, la nieve se arremolinaba dentro de mi cabeza; la última cosa que recordé fue la voz serena del Señor encomendándome algo que hacer. Y, al día siguiente, lo hice. Fui con Sook a la oficina de correos y compré una postal de un penique. Hoy, todavía existe esa postal. Fue encontrada en la caja de caudales de mi padre cuando murió, el año pasado. Esto es lo que le había escrito: "Hola papá espero que estés bien como yo y estoy aprendiendo a pedalear muy rápido en mi avión estaré pronto en el cielo así que mantén los ojos abiertos y sí te quiero Buddy".

A los periodistas, en su día...




Expresar, comunicarse, transmitir información, generar opiniones, discernir autorizadamente sobre asuntos de interés, desde lo más vanal a lo más trascendente, urgar en un los elementos intrínsecos de un hecho, sin desestimar sus características exógenas hasta descubrir todas sus aristas, validar con su intelecto la descripción, transmisión e interacción de cualquier mensaje, en fin, hacer uso del poder de la palabra y respetar la libertad del pensamiento, que tarea tan loable, digna y difícil de sobrellevar en estos oprobiosos tiempos de dominio, arbitrariedad e intolerancia.

Los periodistas constituyen la fidedigna representación de la transmisión de un mensaje, en el que transmisor y receptor interactúan para validar su más fiel expresión y además, hoy más que nunca cumplen un papel preponderante en el mundo moderno para el resguardo e implementación de los derechos y obligaciones de los ciudadanos del mundo.

El rol protagónico de los periodistas no es sólo nuestro. No somos los únicos controvertidos en el universo del absurdo, aún cuando si parezcamos los mas afectados. Siempre ha existido a lo largo de nuestra historia, grandes periodistas, ejemplo de valía, tenacidad y profesionalismo, que dejan una huella indeleble en tiempo y espacio.

Los hay de todo tipo, dependiendo de la fuente y obviamente sin desestimar todos los matices de la naturaleza humana, dependiendo del dictamen de su conciencia, también poseen la más variopinta manifestación de sus quehaceres profesionales. Sin embargo, la intelectualidad y dignidad requerida en el ámbito axiológico que le sirve de sustento a los principios que han de regir su correcto desempeño, la mayoría de las veces afloran, en los hombres y mujeres de buena voluntad que han tenido a bien ceñirse a ellas para generar o tratar de alcanzar su desempeño profesional y personal.

Yo particularmente conozco muchos periodistas, a los cuales reconozco su valía y que a su vez han sido inspiración de correcto desempeño, indistintamente de las posiciones que ideológicamente hayan podido asumir en un momento determinado. Creo que, haciendo abstracción de su condición humana, profesionalmente han tenido por norte la verdad y tratado de hacer del ejercicio de su profesión una respetable muestra de civismo y efectividad.

Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Maruja Torres, Mario Benedetti, Isa Dobles, Ledda Santodomingo, Napoleón Bravo, Marta Colomina, Carlos Fernández, Roxana Ordoñez, Jesús Bustindui, Elba Guillén, Eduardo Moreno Uribe, Juan Antonio González, Carmela Longo, Atamaica Nazoa, Aquilino José Mata, Nitu Perez Osuna, Humberto "Kiko" Bautista, Patricia Poleo, Rafael Poleo, Marianella Salazar, Milagros Socorro, Nelson Bocaranda, Marisol Pradas, Dhamelys Díaz, José Visconti, Maria Elena Lavaud, Ana María Fernández, Carla Angola, Alberto Federico Ravell, Darwin Rosales, Randolfo Blanco, Ana Vacarella, Eduardo Rodríguez, Oscar Yánez, Alba Cecilia Mújica, Sergio Novelli, Marlene Piña, Charito Rojas, Leopoldo Castillo, Elizabeth Fuentes, Valentina Quintero, Maria Isabel Párraga,Graciela Beltrán Carías, Emilio Santana Marlene Castillo,Javier Garcia y muchos otros geniales ejemplos de integridad y desempeño bastan por si solos para reconocer y ensalzar esta digna profesión.

Más allá de ellos, quizás en otro estadio, menos “pomposo” pero no por ello menos digno y valioso, están los más cercanos, unos jóvenes talentosos, inteligentes, creativos, que a diario dan lo mejor de si y en cuyos rostros se aprecia no sólo la luz incandescente del talento sino el anhelo por demostrar cada día, arrojo, temperamento, tenacidad, profesionalismo y valía, aún más allá de si mismos, en todas y cada una de las actividades que a diario asumen, para ser cada día mejores en los ámbitos de su desempeño: En las relaciones interinstitucionales de los diferentes niveles de gobierno, de lado y lado, en los Ministerios, Viceministerios, Gobernaciones y Alcaldía del país, en las emisoras de radio, canales de televisión, salas de redacción de los tabloides y diarios del país, haciendo labor de calle, queriendo ser cineastas, algunas siéndolo de a de veras, con el reconocimiento de muchos, o en las empresas privadas sirviendo de enlace entre la institucionalidad y los usuarios de servicios de telefonía, en todos esos espectros y en la especialidad de los trabajos investigativos de documentación, creatividad e ingenio, como corresponsales especiales de un periódico, en todos esos lugares se nota de manera clara y por demás especial, la presencia de estos inteligentes, interesantes y maravillosos seres de luz, gracia, desparpajo y deseos de “comerse el mundo” y salir airosos del intento. A esos entrañables y queridos seres, no sólo mi más sentido respeto sino además, mi más grande muestra de afectuosa salutación en este, su día, que espero sirva de aliento en la dura tarea de remontar la cuesta, día a día, con la convicción de que más temprano que tarde, han de alcanzarse el logro de llegar airoso a la tan ansiada meta. Ustedes son muestra evidente de tenacidad, talento y esfuerzo y por ello quisiera expresarles, públicamente mis respetos,admiración y el reconocimiento, seguro como estoy, de que una buena estrella, ha de brindarles la luz y el resplandor que cada uno de vuestro intelecto posee, para situarles en el pedestal que de acuerdo a sus potencialidades corresponde.

Así que muy especialmente a Yraima Olivares, Ney Enrique Alvarez, José Parra, Annel Mejías, Mary Cruz David, Zoreidis Rincón, Maria Alejandra Reyes, Diosirys Obregón Brooks, Eduardo Linares, Ana Teresa Pérez, Dianne Soto, Patricia Ortega y Jairena, mi más sincera felicitación, en este día, como insigne representación de estos paladines del día a día, de la verdad y la razón, en pro de la comunicación social y digno ejercicio de la profesión de periodista, emblema de libertad de expresar y pensar, A todos un cordial saludo y un reconocimiento expreso por su loable labor.

martes, junio 26, 2007

En el Invierno Sur, con Paloma, navegando por el río de la vida....



Ya en su oportunidad les habia comentado de la nueva producción de esta inigualable y talentosa musa de las palabras melódicas. Son 11 temas maravillosos:
01. Cuentalo todo (Tell me all about it)
02. Inolvidable
03. Rio
04. Sera que hoy
05. Cada vez que no estas
06. Ahi empiezas tu
07. Mi corazon es un pueblo
08. Sonrisa de llegada (Voce em Minha)
09. Sera
10. Invierno sur (Nyah and Ethan)
11. Vives entre sombras (Living in the shadows)
Mis favoritos, el que comparto hoy con uds, Rio, Cada vez que No Estás, Mi corazón es un pueblo, Inolvidable, Invierno Sur, Cuéntalo Todo y Será que hoy.
Un album para la historia, de esos que se disfrutan una y mil veces, sin llegar jamás al hastío.

lunes, junio 25, 2007

Un reencuentro para recordar


Extraído de la columna "Chévere" del diario venezolano Ultimas Noticias…

CONCIERTO MELISSA, AGUILAR Y SERGIO PÉREZ CUMPLIERON ANTE UN ANFITEATRO COLMADO


El mejor de los tríos

"La reina del rock" reiteró que esta gira es su despedida Por momentos, la excelencia de la banda opacó a los intérpretes
Por la periodista CARMELA LONGO

Caracas. Si bien no había mucha laca, nada de hombreras ni de cabelleras "explotadas", el reloj se devolvió dos décadas.Es que Melissa, Aguilar y Sergio Pérez supieron hacer funcionar la maquinita del tiempo el sábado en el Sambil.Ante un anfiteatro repleto, los tres dieron una clase magistral de lo que debe ser un reencuentro: un show fluido, sin baches, sin mayores problemas de sonido y con una banda que fue lo mejor de la noche.Sencillamente extraordinarios estuvieron los músicos comandados por el propio Aguilar, quien no soltó el bajo durante las dos horas.El show tenía retraso y Guillermo Díaz -el argentino pana de Chataing y de Qué locurasalió y se lanzó una perorata que estuvo totalmente fuera de lugar. No sólo porque perdió un tiempo precioso, sino porque aunque tiene muy buenas intenciones debe profundizar en su sentido del humor.Afortunadamente no pasó mucho más y a las 9 pm se escuchó el intro, una mezcla de melodías de los tres protagonistas, e inmediatamente salió Melissa, toda de negro, a escena.


Despacio, tema de Guillermo Carrasco y Frank Quintero -presente en el público-, fue la primera de sus interpretaciones. A punto de caramelo, Confesiones (donde hizo dúo con Aguilar), Cuestión de feeling (donde la acompañó Römer, el tecladista), A volar y No soy una señora fueron algunos de los temas que interpretó en sus dos apariciones en escena, donde aclaró que esta gira es la mejor manera de "despedirme como lo merecen". Lástima.Aguilar tomó su turno al frente del micrófono. En un momento de su aparición se hizo rodear por las excelentes coristas, Catherine y Lizbeth (su hija) y con el piano interpretaron, entre otras, No nena, Soy para ti -el dúo de Paulette-, Piensa en mí y Siempre juntos. Una y otra vez pedía que lo ayudaran a cantar, hasta que al final sí pudo cumplir su amenaza con Guitarra cantora. La gente, de pie, lo premió.Otro intro, latinoso este, y salió Sergio Pérez dando brinquitos en Los curanderos. Mue ve un pie, Mentira y A dónde va el amor formaron parte de su repertorio, donde su voz no brilló como se esperaba.Vino la despedida con Melissa y el "otra" con los tres.


Un interesante arreglo para Todo es un círculo fue escogido para el ¿adiós?

ENTRE PÚBLICO TE VIERES

Mucho rostro conocido hubo en el público: Ilan, Frank Quintero, Gledys Ibarra, Gerardo Blyde, Liliana Hernández, Mirla, Daniel Sarcos y Chiquinquirá Delgado (quienes llegaron con un despliegue de seguridad "muy too much") y Hany Kauam fueron algunos de quienes se vieron cantando y aplaudiendo al trío que se botaba en la tarima.

Historia de un crimen (infamous) o cuando dos visiones de un mismo tema pueden ser igual de interesantes(aunque la segunda supere a la primera)




Historia de un crimen (Infamous)

Bajo este nuevo titulo, se ha dado a conocer la segunda película referida al célebre y talentoso periodista-escritor Truman Capote, su creatividad, particular personalidad y habilidad narrativa aunado a los acontecimientos que generaron su impactante creación “A sangre Fría” producto de un abominable crimen, que cambiaría la historia de la narrativa contemporánea. Ya la producción fílmica que antecede a esta película, titulada simplemente “Capote”, fue suficientemente alabada por la crítica y acreedora del Oscar al mejor actor para el talentoso Phillip Seymur Hoffman, quien con sobriedad y elegancia representó a este mítico y singular personaje, que también trata de recrear con parecida exactitud, los acontecimientos que generaron este impactante relato.

Ya ha ocurrido en la historia del cine, que varios autores deciden abordar una misma historia, casi con simultaneidad, creando confusión en el espectador y exponiéndose a que una de dichas versiones, salga con las tablas en la cabeza, o lo que es lo mismo, no goce de la preferencia de la audiencia y en consecuencia se sacrifique su exposición, limitándose a quienes no vieron la primera, o los que movidos por la curiosidad, intentan descubrir cuál es la mejor, o quién tuvo la razón, si es que ello en verdad, es posible.

Cuando el inglés Stephen Frears estrenó su extraordinaria “Relaciones Peligrosas” (de la cual no voy a extenderme porque aspiro sea tema de otra ocasión), el talentoso director checo Milos Forman, abordó la misma situación con su “Valmont”, saliendo perdiendo con la audiencia, dado que las mismas distribuidoras internacionales no quisieron arriesgarse a presentarla en la mayoría de las salas, dada la abrumadora aceptación de la primera.

John Derek hizo una almibarada, caricaturesca y erótica versión de “Tarzán” (que para ser justos ha debido llamarse “Jane”), para proyectar a su musa, Bo Derek (10, la mujer perfecta) que palideció ante la contundencia de “La Leyenda de Tarzán” (Greystoke) de Hugh Hudson, con Christopher Lambert y Andie MacDowell. También ocurrió en la animación, cuando Dreamworks lanzó “Hormiguitas”, con un despliegue publicitario tremendo y las voces de Silvestre Stallone, Woody Allen, Sharon Stone, etc y Pixar los pulverizó con su encantadora e inolvidable “Bichos”.

Ahora, llega esta “Infamous”, que aún cuando se estrena de última, produce el avasallante efecto de borrar de nuestra memoria, casi en su totalidad, la correcta “Capote”, para desmenuzar, hilvanar y coser con verdadero buen gusto, este traje a la medida perfecta, no sólo de los personajes biográficos involucrados, sino de un excelente reparto que para ser francos supera con creces a su predecesora. Sandra Bullock, Isabella Rosselini, Sigourney Weaver, un excelente Daniel Craig, en una interpretación sobrecogedoramente dramática, el célebre director de “la chica terremoto”, Peter Bognadovich, y el sorprendente y auténtico parecido de su protagonista con el genial y talentoso hombrecillo de las letras de voz aguda y particular personalidad.

Truman Streckfus Persons, adoptaría el nombre del segundo marido de su madre, García Capote. En su infancia vivió en las granjas del sur de los Estados Unidos y, según sus propias palabras, empezó a escribir para mitigar el aislamiento sufrido durante su infancia. Nacido en Nueva Orleans en 1924, criado en un pueblo de Alabama, neoyorquino de adopción y gran viajero, Capote está considerado como uno de los mejores escritores norteamericanos del siglo. Estudió en el Trinity School y la St. John's Academy de Nueva York. A los 17 años ya era un consumado periodista: trabaja para la revista The New Yorker. Con 21 años abandona la revista y publica un relato –Miriam- en la revista Mademoiselle, premiado con el Premio O’Henry. La crítica le aplaude sin reservas y le considera un discípulo de Poe. En 1948, a los 23 años se publica su primera novela “Otras voces, otros ámbitos”, en que se plantea de forma abierta el tema de la homosexualidad, provocó casi tanta polémica como la foto de contraportada, en la que Capote, homosexual militante, posaba afectadamente como una especie de Lolita. Otras novelas suyas incluyen: El arpa de hierba (1951) y Se oyen las musas (1956), además de la famosa Desayuno en Tiffany's (1958), que también sería adaptada al cine por Blake Edwards, con Audrey Hepburn en el papel de Holly Golightly.

Encumbrado a lo más alto por su obra maestra, “A sangre fría” (1965), su trabajo más celebrado. Con ella acuñó el término non-fiction-novel y creó un referente para lo que luego fue el Nuevo Periodismo estadounidense. La novela, publicada tras 5 años de investigación, cuenta el suceso real del asesinato de la familia Clutter, y fue llevada al cine en 1967 por Richard Brooks. Del libro se vendieron más de trescientos mil ejemplares, permaneciendo en la lista de los libros más vendidos del New York Times durante treinta y siete semanas. Sus relaciones con el cine se extendieron además a la escritura de guiones, entre los que destaca el de The Innocents, de Jack Clayton (1961). Incluso interpretó un papel en Crimen por Muerte (Robert Moore, 1976). Vivió sus últimos años, hasta su muerte en 1984 en Los Ángeles, sumergido en alcohol, drogas y promiscuidad.

En la década de 1950 reanudó su actividad periodística realizando entrevistas para la revista "Playboy".Uno de los más excéntricos personajes de Truman Capote fue él mismo. Su éxito literario fue acompañado de un gran éxito social, lo que le permitió tratar con intimidad a buena parte de la aristocracia neoyorquina de su época. Sus relaciones con la alta sociedad se rompieron definitivamente, cuando publicó algunos capítulos de su novela inconclusa, “Plegarias Atendidas”, en la que aireaba vivencias íntimas de algunos sus amigos más famosos, apenas disfrazados de personajes de ficción. Él hablaba de esta novela como de su gran obra, para la que había tomado como modelo al Marcel Proust de En busca del tiempo perdido.

En el desgarrador autorretrato del autor y su imaginario gemelo, de su libro “Música para camaleones”, decía de sí mismo "Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio.", frase que desde entonces se asocia con él. Este libro, último de su bibliografía, es una brillantísima colección de relatos, en el que la novela central, “Handcarved Coffins” es una clara representación del espíritu periodístico del autor. Es también conocido por la semblanza que realiza de Marilyn Monroe en el cuento “Una adorable criatura”.

Otros libros suyos son la colección de cuentos “Un árbol de noche y otros cuentos” (1949), el libro de viajes “Color Local”, un cuento publicado para la fecha que hace mención “Una Navidad”, la colección de entrevistas “El duque en sus dominios”, entre otros.

Su depresión lo llevó a un proceso de autodestrucción, dependiendo cada vez más de los psicofármacos que, combinados con el alcohol, deterioraron su salud y sus relaciones con todos sus amigos, hasta morir por sobredosis en 1984.

Junto a la escritora Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor, Capote entrevistó a la policía y a conocidos de los Clutter, aún antes de que se supiera el nombre de los sospechosos, Dick Hickock y Perry Smith. De ahí salieron miles de páginas de anotaciones que irían creciendo conforme avanzaba la investigación y el juicio por los asesinatos. Capote reconoció el trabajo de Harper Lee al dedicarle el libro, conjuntamente con su novio.

Capote tuvo que ganarse la confianza de todos los testigos y habitantes del pueblo de Holcomb. En un principio por su actitud estrafalaria, extrovertida como por su pública condición sexual le fue difícil. Pero su empeño rindió frutos e incluso logró ganarse la confianza de los dos autores del delito.

Narrada en tercera persona omnisciente, A sangre fría ha sido resaltada por su increíble realismo y la conjunción de una narrativa tradicional con un reporte periodístico. Capote definió al libro como perteneciente a un nuevo género, "Nonfiction Novel" o "Novela testimonio". Mucho se ha discutido sobre el acierto de esta calificación. En 1957, nueve años antes, el escritor argentino Rodolfo Walsh había publicado "Operación Masacre" donde ya se utiliza el método de ficcionar hechos reales periodísticos, aplicado a un hecho de crimen de Estado. De todos modos, se considera que A sangre fría supuso una revolución en el mundo del periodismo al motivar la aparición de la corriente conocida como nuevo periodismo.

Mientras Truman Capote escribía esta novela, se enfrascó en serios problemas de alcoholismo y drogadicción que lo llevaron a su destrucción.

El proceso de creación de ésta novela se ha llevado al cine recientemente por partida doble, en la película “Capote” (2005), en la cual Capote es interpretado por el actor Philip Seymour Hoffman en una magistral actuación que le ha valido el premio Óscar al mejor actor principal y en esta “Historia de un crimen” que nos ocupa. También se ha llevado al cine la propia novela, “A sangre fría” en 1967, por el director Richard Brooks. Después de ahí le otorgaron un premio Garder por componer brillante música el mismo en la película, en 1989.

Esta “Historia de un crimen” (Infamous), recrea con particular detalle, las peripecias de Capote(Tobey Jones, en una interpretación demasiado cercana al mítico personaje) y su gran amiga Harper Lee (Sandra Bullock) para escribir la novela, su contacto con los personajes relacionados directa e indirectamente con los acontecimientos, su personalidad, sus temores, todo en ello en un relato contado con serenidad y buen gusto que logra conmover al espectador y nos remite a un célebre momento de la historia de la dramaturgia contemporánea. Su descripción es mucho más rica en detalles que su predecesora Capote, con suficientes méritos para ser considerada en si misma,pero que a juicio de quien suscribe, palidece ante la variopinta riqueza argumental de esta última. Excelente realización, altamente recomendable, sin desperdicios. Por favor no se la pierdan, aún cuando no se ha estrenado todavía en los cines venezolanos, se consigue la versión en DVD.

domingo, junio 24, 2007

Con Natusha para recordar y bailar...

el meneito

tu la tienes que pagar