viernes, diciembre 15, 2006

Un mundo...¿ Maravilloso?




Hoy es viernes y en teoría, debería activarse el "efecto liberador" del fin de semana. Además es quincena y diciembre, de manera que parecieran sobrar razones para asumir una actitud festiva.
No obstante, tantos sentimientos encontrados, tantas preguntas sin respuestas, tantos anhelos no satisfechos hacen mella en mi alma y obnubilan mi espíritu.

También es hoy el día acordado para "festejar" la navidad, en mi particular ámbito laboral, con un "forzado almuerzo" para el cual nos han "obligado a trabajar de 8 a 10 am, para de la sede, "salir corriendo" al pomposo lugar de almuerzo, hasta las 4pm. Horario restringido de principio a fin. Entre cámaras, monitores,circuito cerrado y amenazas voyeristas desde arriba hacia abajo, ¡cómo para no perderselo!
¡Vaya manera de festejar!, para algunos "encumbrados" directores y en pleno siglo XXI, este evento constituye es una manera de matar el hambre a quienes no están acostumbrados a comer y beber de esa forma; para otros, constituye una manera de maquillar egoismos, falsedades, intrigas y maledicencias, para el grueso, una manera efectiva de vengar tanta indiferencia, discriminación y maltrato, unas veces light, otras descaradamente cruel.
Para mi, sinceramente, no hay razón para festejar, al menos no hoy, ni con esas premisas falsas, absurdas.
Prefiero abstraerme a un mundo imaginario,en el que se reconoce el esfuerzo creativo, responsable y valeroso de quienes esforzadamente trabajan por salir adelante.
Prefiero soñar en una reunión de amigos, que festejan la especialidad de estar juntos, pese a todas las circunstancias.
Prefiero seguir soñando y creyendo en un mundo mejor, maravilloso.
Aunque solo sea posible en un apartado rincón , en un Mundo Maravilloso, como el de la canción que presento, un recóndito lugar de mi microuniverso particular.
¡Feliz fin de semana! y recuerden,..se les quiere...¡a Ustedes!

jueves, diciembre 14, 2006

¡Volando alto, con plena conciencia de la libertad y el sentimiento, como Juan Salvador Gaviota!...


Buenos días apreciados amigos, siguiendo un poco con la tónica del "compartir" propio, no sólo de estas fiestas, sino del amor y la fraternidad producto de la amistad, me permito escribirles fragmentos de una obra literaria maravillosa que habla de la intolerancia, la resistencia al cambio y la infintamente maravillosa experiencia de ser libre.

He querido compartir con ustedes, una muestra (pequeña, aunque no lo crean) de la literatura que añoro, por haber sido parte importante de mi formación personal y ciudadana. Me gustaría, en tal sentido, poder contar con el mayor número de comentarios, saber qué piensan al respecto, si los han leído, si les gusta o no.

Este medio ha constituido un importante y valiosísimo elemento comunicacional de mi vida, se los confieso con total franqueza, de manera que les agradezco su presencia, sus visitas y comentarios.

Escribir sin tener un receptor, no tiene sentido alguno.
¡Se les quiere!

Juan Salvador Gaviota (Richard Bach)

Richard Bach, piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, luego de su jubilación continúa volando en aviones de su propiedad. Su producción literaria incluye otras obras; Ilusiones, Ningún lugar está lejos, El don de volar, Biplano, Nada es azar, Ajeno a la tierra, El puente hacia el infinito y Alas para vivir.

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo.Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida.

Comenzaba otro día de ajetreos.

Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, está practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue mas que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un... sólo... centímetro... más...Encrespáronse sus plumas, se atascó y cayó.Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor.Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera. La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.

Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando. No comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzo; y sus planeos no terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino que dejaba tras de sí una estela plana y larga al rozar la superficie con sus patas plegadas en aerodinámico gesto contra su cuerpo. Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas -que luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se desanimaron aún más.-¿Por qué, Juan, por qué? -preguntaba su madre-. ¿Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas!-No me importa ser hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no.

Nada más.Sólo deseo saberlo.-Mira, Juan -dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está cerca. Habrá pocos barcos, y los peces de superficie se habrán ido a las profundidades. Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla.

Esto de volar es muy bonito, pero no puedes comerte un planeo, ¿sabes? No olvides que la razón de volar es comer.Juan asintió obedientemente. Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas; lo intentó de verdad, trinando y batiéndose con la Bandada cerca del muelle y los pesqueros, lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez. Pero no le dió resultado.Es todo inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le perseguía. Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a volar. ¡Hay tanto que aprender!No pasó mucho tiempo sin que Juan Salvador Gaviota saliera solo de nuevo hacia alta mar, hambriento, feliz, aprendiendo. El tema fue la velocidad, y en una semana de prácticas había aprendido más acerca de la velocidad que la más veloz de las gaviotas.A una altura de trescientos metros, aleteando con todas sus fuerzas, se metió en un abrupto y flameante picado hacia las olas, y aprendió por qué las gaviotas no hacen abruptos y flameantes picados. En sólo seis segundos volo a cien kilómetros por hora, velocidad a la cual el ala levantada empieza a ceder.Una vez tras otra le sucedió lo mismo. A pesar de todo su cuidado, trabajando al máximo de su habilidad, perdía el control a alta velocidad.Subía a trescientos metros. Primero con todas sus fuerzas hacia arriba, luego inclinándose, hasta lograr un picado vertical. Entonces, cada vez que trataba de mantener alzada al máximo su ala izquierda, giraba violentamente hacia ese lado, y al tratar de levantar su derecha para equilibrarse, entraba, como un rayo, en una descontrolada barrena.Tenía que ser mucho más cuidadoso al levantar esa ala. Diez veces lo intentó, y las diez veces, al pasar a más de cien kilómetros por hora, terminó en un montón de plumas descontroladas, estrellándose contra el agua.Empapado, pensó al fin que la clave debia ser mantener las alas quietas a alta velocidad; aletear, se dijo, hasta setenta por hora, y entonces dejar las alas quietas. Lo intentó otra vez a setecientos metros de altura, descendiendo en vertical, el pico hacia abajo y las alas completamente extendidas y estables desde el momento en que pasó los setenta kilómetros por hora. Necesitó un esfuerzo tremendo, pero lo consiguió. En diez segundos, volaba como una centella sobrepasando los ciento treinta kilómetros por hora. ¡Juan había conseguido una marca mundial de velocidad para gaviotas! Pero el triunfo duró poco. En el instante en que empezó a salir del picado, en el instante en que cambió el angulo de sus alas, se precipitó en el mismo terrible e incontrolado desastre de antes y, a ciento treinta kilómetros por hora, el desenlace fue como un dinamitazo. Juan Gaviota se desintegró y fue a estrellarse contra un mar duro como un ladrillo.

Juan Salvador Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver. Aprendía más cada día.

Aprendió que un picado aerodinámico a alta velocidad podía ayudarle a encontrar aquel pez raro y sabroso que habitaba a tres metros bajo la superficie del océano: ya no le hicieron falta pesqueros ni pan duro para sobrevivir. Aprendió a dormir en el aire fijando una ruta durante la noche a través del viento de la costa, atravesando ciento cincuenta kilómetros de sol a sol. Con el mismo control interior, voló a traves de espesas nieblas marinas y subió sobre ellas hasta cielos claros y deslumbradores... mientras las otras gaviotas yacían en tierra, sin ver más que niebla y lluvia. Aprendió a cabalgar los altos vientos tierra adentro, para regalarse allí con los más sabrosos insectos.Lo que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para si mismo; aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado. Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquellas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena.Vinieron entonces al anochecer, y encontraron a Juan planeando, pacífico y solitario en su querido cielo. Las dos gaviotas que aparecieron juto a sus alas eran puras como luz de estrellas, y su resplandor era suave y amistoso en el alto cielo nocturno. Pero lo más hermoso de todo era la habilidad con la que volaban; los extremos de sus alas avanzando a un preciso y constante centímetro de las suyas.Sin decir palabra, Juan les puso a prueba, prueba que ninguna gaviota había superado jamás. Torció sus alas, y redujo su velocidad a un sólo kilómetro por hora, casi parándose. Aquellas dos radiantes aves redujeron tambien la suya, en formación cerrada. Sabían lo que era volar lento.Dobló sus alas, giró y cayó en picado a doscientos kilómetros por hora. Se dejaron caer con él, precipitándose hacia abajo en formación impecable.Por fin, Juan voló con igual velocidad hacia arriba en un giro lento y vertical. Giraron con él, sonriendo.Recuperó el vuelo horizontal y se quedó callado un tiempo antes de decir:-Muy bien. ¿Quiénes sois?-

Somos de tu Bandada, Juan. Somos tus hermanos. -Las palabras fueron firmes y serenas.

Hemos venido a llevarte más arriba, a llevarte a casa.-¡Casa no tengo! Bandada tampoco tengo. Soy un Exilado. Y ahora volamos a la vanguardia del Viento de la Gran Montana. Unos cientos de metros más, y no podré levantar más este viejo cuerpo.-Sí que puedes, Juan. Porque has aprendido. Una etapa ha terminado, y ha llegado la hora de que empiece otra.Tal como le había iluminado toda su vida, también ahora el entendimiento iluminó ese instante de la existencia de Juan Gaviota. Tenían razón.

El era capaz de volar más alto, y ya era hora de irse a casa. Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra de plata donde tanto había aprendido.-Estoy listo -dijo al fin. Y Juan Salvador Gaviota se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en un perfecto y oscuro cielo.

El cineasta Hall Bartlet en 1973, realizó una estupenda película, logrando con asombroso acierto, la titánica tarea de traducir en imágenes tan espectacular historia, acompañado de uno de los soundtracks más hermosos a cargo del talentoso Neil Diamond.

miércoles, diciembre 13, 2006

El corazón humano es caprichoso con sus cariños y afectos...y en reconocimiento de la verdad



En medio de este panorama, para nada alentador, en el que se siguen conculcando ánimos, comprando conciencias , pese a ello, debe renacer la esperanza y buena voluntad.

Y por favor, discúlpenme, no quiero resultar recalcitrante,fastidioso o reiterativo, no es mi intención. Aún cuando pareciera resultar un cuento de nunca acabar, es tan cierto cuanto acontece, que realmente provoca hacerse el sordo, evadir esta realidad y dejarse llevar por el tan nombrado y esperado espíritu navideño para lograr hacer un paréntesis entre tanta maledicencia. No obstante, resulta difícil olvidar tanta amenaza, atropello y sorna, sentir en carne propia el inquisitorio peso del poder del estado, por tan sólo disentir democrática y racionalmente de inapropiadas políticas y situaciones verdaderamente escabrosas, no poder salira a la calle, ni transitar libremente a hacer compras por estar la zona comercial abarrotada por mercaderes,comerciantes informales, producto de un inexistente plan de empleo, quienes se han apostado al frente de los comerciantes formalespara impedir en muchos casos el acceso a las tiendas, mermar sus las ganancias producto de su esfuerzo y apego a la Ley y crear además toda una espiral de caos, desidia, descontrol, desaseo y desespero colectivo.

¿Cómo "vivenciar la alegría navideña" cuando, por ejemplo, los empleados públicos regionales no han podido percibir la bonificación adicionamente ofrecida y comprometida incluso, presupuestariamente ofrecida con bastante anterioridad a los comicios electorales (entre otras cosas, para garantizar que votaran y que además lo hicieran por ellos), cuya disponibilidad financiera, "misteriosa e inexplicablemente desapareció" días antes de este evento electoral y estas son fechas en las que nada se sabe al respecto y los múltiples anhelantes beneficiarios esperan desesperanzados poder ver materializado lo prometisdo, sin que nadie les de siquiera una explicación irrisoria ?

¿Cómo alegrarse y compartir, cuando a otra escala,en otro ámbito local funcionarial, el mismo beneficio se discrimina,bajo el disfraz de someterlo a una evaluación de mérito y desempeño" que no tiene factor de ponderación alguna, salvo que el jerarca que dispone de los recursos, con posterioridad al evento, imponga que deba "contarse bien" y colocar, por ejemplo, luego de establecer una base fija de 30 ó 15 dias, dependiendpo del tiempo de servicio activo de dicho personal, para todo ese contigente de beneficiarios, dejando un remante de 15 dias sujeto a una consideración subjetiva, que atienda, por ejemplo,al "apoyo político" y desestime el cumplimiento de las obligaciones y funciones que efectivamente corresponden a ese desempeño funcionarial?

¿Cómo estar contentos, agradados, felices y en consecuencia, celebrar la navidad, ante esa situación?

¿Cómo permanecer impasible y satisfecho cuando se premia al que presuntamente "patea la calle", no cumple horario de trabajo, entra y sale cuando le da la gana, sin justificación alguna se ausenta, se pasea por los pasillos, no rinde cuentas de su desempeño, frente al trabajador que cumnple horario,llega antes de la hora y se va después,siempre estápresto a colaborar en su desempeño y el de su equipo?

El Corazón humano es caprichoso con sus cariños y afectos, tan frágil y endeble como una hoja expuesta a la rapidez del viento, a la inclemencia de una aguerrida tempestad.

El hombre antagoniza consigo mismo en una cruel batalla que pareciera no tener fin. A veces somos producto de un entorno hostil y despiadado, que enturbia el entendimiento, amarga sonrisas y acrecienta un malestar e insatisfacción que no nos deja ser y conduce nuestra atribulada existencia por desanimados caminos derroteros.

Y no es sólo "política", "elecciones", "inconsistencias numéricas ni extrañas reuniones o sensaciones de no estar presenciando la verdad, de vivir en una suerte de "mundo paralelo", donde lamentablemente hay que dejar de lado connotaciones filosóficas y premisas propias de vida para dedicarse simplemente a sobrevivir. No, es que además, más allá de ello, en nuestras casas, en nuestro trabajo, nuestro día a día está preñado de desidia, de egoísmos y malsanos deseos que condicionan esta carrera desenfrenada por sobrevivir a costa del débil, del reconocible afán de avasallar, atropellar, desconocer los méritos y valores del prójimo, del que lo hace bien, quien nos ayuda a que el desempeño del grupo de trabajo sea óptimo, quienes se encuentran tras la felicitación que recibe el Director, el Administrador, el Jefe.

Ahora los Directores y Jefes, cual amnésicos irremediables, sólo reconocen sus propias necesidades, eludiendo su responsabilidad inmediayta para con quienes se encuentran bajo su mando y no ven más allá de sus narices y los gastos que ellos sí tienen que realizar, cual si se tratase de una Navidad exclusiva, de una necesidad inminente que sólo a ellos atañe y a la cual los demás no tienen derecho, a fin de cuentas ellos como responsables de su gestión, son quienes reciben la felicitación, la palmada en la espalda y el grueso de la bonificación, para ellos si hay la cuantificación completa, son objeto de una evaluación que no admite revés, pero que paradójicamente afecta a quienes se encuentran bajo su dependencia. Qué ironía, ¿puede un Director ser excelente y tener un excelso tope remuneratorio, cuando quienes estan por debajo de éste se encuentran bastante por debajo de la media ponderatoria?

Una golondrina no hace verano. Una sola persona es incapaz de sacar adelante una gestión que en esencia resulta de la compartida y aguerrida labor de una cadena de eslabones que lo hacen posible. Tras un largo peregrinar, todavía no se ha llegado al ansiado lugar, esa especie de oasis particular, donde prevalezcan la confianza y el entendimiento, donde las dificultades se diriman, gracias a la firme convicción de que no somos poseedores de la verdad absoluta, donde cada día persiste el necesario ensamble de cada uno de los elementos que conforman un todo. Pero bueno, es Navidad y la vida continúa, no queda más que vivir por sobre todas las cosas, de cumplir la meta trazada y revalidar la fe que se anida en nuestros corazones...bueno, en los que todavía pensamos de esa forma, a pesar del día a día, de la verdad que yace y se esconde debajo de las alfombras, de la decepción y el desespero... A fin de cuentas y a pesar de todo, es Navidad...y esto, lamentablemente, no es cuento, es la verdad.

martes, diciembre 12, 2006

El Particular Universo del maestro Quiroga



No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si entonces eres capaz de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.(Horacio Quiroga)

La abeja haragana (Cuentos de la Selva)

Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.

Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:

—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.

La abejita contestó:

—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.

—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.

Y diciendo así la dejaron pasar.

Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:

—Hay que trabajar, hermana.

Y ella respondió en seguida:

—¡Uno de estos días lo voy a hacer!

—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.

Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:

—¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!

—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.

Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.

Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.

La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.

—¡No se entra! —le dijeron fríamente.

—¡Yo quiero entrar! —clamó la abejita—. Esta es mi colmena.

—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.

—¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.

—No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.

Y diciendo esto la empujaron afuera.

La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.

Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.

—¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.

Pero de nuevo le cerraron el paso.

—¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!

—Ya es tarde —le respondieron.

—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!

—Es más tarde aún.

—¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!

—Imposible.

—¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:

—No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.

Y la echaron.

Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.

Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.

En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacia tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.

Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:

—¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.

Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.

—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.

—Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.

La abeja, temblando, exclamo entonces: —¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.

—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?

—No, no es por eso que nos quitan la miel —respondió la abeja.

—¿Y por qué, entonces?

—Porque son más inteligentes.

Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:

—¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.

Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:

—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.

—¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.

—Así es —afirmó la abeja.

—Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.

—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.

—Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?

—Aceptado —contestó la abeja.

La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:

Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.

Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.

—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!

Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.

La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:

—Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.

—Entonces, te como —exclamó la culebra.

—¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.

—¿Qué es eso?

—Desaparecer.

—¿Cómo? —exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?

—Sin salir de aquí.

—¿Y sin esconderte en la tierra?

—Sin esconderme en la tierra.

—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.

El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.

La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:

—Ahora me toca a mi, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!

Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:"uno..., dos..., tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.

La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?

No había modo de hallarla.

—¡Bueno! —exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?

Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.

—¿No me vas a hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?

—Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?

—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.

¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.

La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.

La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.

Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.

Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.

Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.

Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.

Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:

—No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

lunes, diciembre 11, 2006

De la Navidad, un cumpleañero especial y el Amor que se anida en cada uno de nosotros...



"No eches raíces en un sitio, muévete, pues no eres un árbol, para eso tienes dos pies. El hombre más sabio es el que sabe que su hogar es tan grande como pueda imaginar." (Mago de OZ)



"Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año" (Charles Dickens)

La Navidad, como ya se ha expresado, permite reconciliarnos con la fe, vivir hermanados pensando en un presente amigable y fraterno, en un futuro esperanzador.

Es tiempo de buena voluntad, villancicos y cánticos que nos permiten reflexionar, añorar a los seres queridos, establecer alianzas esperanzadoras que nos permitan tomar una bocanada de aire fresco y seguir adelante, confiados en la infinita gracia del Dios Padre.

Por ello, creyendo firmemente en la buena voluntad, en la capacidad regenerativa del hombre frente a si mismo, en la consensualidad manifiesta de salir airosos de los trances que se nos presentan para ser cada día mejores personas y ciudadanos, estas líneas pretenden avivar un poco, en medio de tanto desconsuelo, injusticia e intolerancia en nuestro diario vivir, ese espíritu festivo y esperanzador de la navidad, alejado del mercantilismo de gastarlo todo, enfrascado enb su esencia más pura:la reconciliación y el despertar de la fé en los corazones de los hombres de buena voluntad, para salir airosos de las pruebas que atravesamos y seguir adelante ... con una sonrisa.

Al Lic. Alvarez, en este día especial, el de su cumpleaños, mis esperanzados deseos de que brille en su alma la luz y el destello de la inteligencia, excelencia creativa y feliz desempeño, como excelente persona y brillante profesional de la comunicación social;que ese travieso y anhelante niño que cohabita con tan maravilloso ser, le permita seguir siendo encantador,vehemente, soñador y tan él, que jamás le impida CREER que todo cuanto quiere es posible realizar, si lucha con la suficiente tenacidad para lograrlo y que la pesadumbre y el desespero no existen ni tienen cabida, cuando la fe existe en nuestros corazones, para impulsarnos a seguir adelante, contra todo pronóstico.

A todos los queridos amigos lectores, un abrazo cálido que permita ratificarles el afecto y la bienaventuranza de esta siempre hermosa temporada Navideña.

"¡Feliz, feliz Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerde al abuelo las alegrías de su juventud, y le transporte al viajero a su chimenea y a su dulce hogar!" (Charles Dickens)



"El recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad" (Charles Dickens)