jueves, diciembre 14, 2006

¡Volando alto, con plena conciencia de la libertad y el sentimiento, como Juan Salvador Gaviota!...


Buenos días apreciados amigos, siguiendo un poco con la tónica del "compartir" propio, no sólo de estas fiestas, sino del amor y la fraternidad producto de la amistad, me permito escribirles fragmentos de una obra literaria maravillosa que habla de la intolerancia, la resistencia al cambio y la infintamente maravillosa experiencia de ser libre.

He querido compartir con ustedes, una muestra (pequeña, aunque no lo crean) de la literatura que añoro, por haber sido parte importante de mi formación personal y ciudadana. Me gustaría, en tal sentido, poder contar con el mayor número de comentarios, saber qué piensan al respecto, si los han leído, si les gusta o no.

Este medio ha constituido un importante y valiosísimo elemento comunicacional de mi vida, se los confieso con total franqueza, de manera que les agradezco su presencia, sus visitas y comentarios.

Escribir sin tener un receptor, no tiene sentido alguno.
¡Se les quiere!

Juan Salvador Gaviota (Richard Bach)

Richard Bach, piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, luego de su jubilación continúa volando en aviones de su propiedad. Su producción literaria incluye otras obras; Ilusiones, Ningún lugar está lejos, El don de volar, Biplano, Nada es azar, Ajeno a la tierra, El puente hacia el infinito y Alas para vivir.

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo.Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida.

Comenzaba otro día de ajetreos.

Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, está practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue mas que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un... sólo... centímetro... más...Encrespáronse sus plumas, se atascó y cayó.Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor.Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera. La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.

Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando. No comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzo; y sus planeos no terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino que dejaba tras de sí una estela plana y larga al rozar la superficie con sus patas plegadas en aerodinámico gesto contra su cuerpo. Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas -que luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se desanimaron aún más.-¿Por qué, Juan, por qué? -preguntaba su madre-. ¿Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas!-No me importa ser hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no.

Nada más.Sólo deseo saberlo.-Mira, Juan -dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está cerca. Habrá pocos barcos, y los peces de superficie se habrán ido a las profundidades. Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla.

Esto de volar es muy bonito, pero no puedes comerte un planeo, ¿sabes? No olvides que la razón de volar es comer.Juan asintió obedientemente. Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas; lo intentó de verdad, trinando y batiéndose con la Bandada cerca del muelle y los pesqueros, lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez. Pero no le dió resultado.Es todo inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le perseguía. Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a volar. ¡Hay tanto que aprender!No pasó mucho tiempo sin que Juan Salvador Gaviota saliera solo de nuevo hacia alta mar, hambriento, feliz, aprendiendo. El tema fue la velocidad, y en una semana de prácticas había aprendido más acerca de la velocidad que la más veloz de las gaviotas.A una altura de trescientos metros, aleteando con todas sus fuerzas, se metió en un abrupto y flameante picado hacia las olas, y aprendió por qué las gaviotas no hacen abruptos y flameantes picados. En sólo seis segundos volo a cien kilómetros por hora, velocidad a la cual el ala levantada empieza a ceder.Una vez tras otra le sucedió lo mismo. A pesar de todo su cuidado, trabajando al máximo de su habilidad, perdía el control a alta velocidad.Subía a trescientos metros. Primero con todas sus fuerzas hacia arriba, luego inclinándose, hasta lograr un picado vertical. Entonces, cada vez que trataba de mantener alzada al máximo su ala izquierda, giraba violentamente hacia ese lado, y al tratar de levantar su derecha para equilibrarse, entraba, como un rayo, en una descontrolada barrena.Tenía que ser mucho más cuidadoso al levantar esa ala. Diez veces lo intentó, y las diez veces, al pasar a más de cien kilómetros por hora, terminó en un montón de plumas descontroladas, estrellándose contra el agua.Empapado, pensó al fin que la clave debia ser mantener las alas quietas a alta velocidad; aletear, se dijo, hasta setenta por hora, y entonces dejar las alas quietas. Lo intentó otra vez a setecientos metros de altura, descendiendo en vertical, el pico hacia abajo y las alas completamente extendidas y estables desde el momento en que pasó los setenta kilómetros por hora. Necesitó un esfuerzo tremendo, pero lo consiguió. En diez segundos, volaba como una centella sobrepasando los ciento treinta kilómetros por hora. ¡Juan había conseguido una marca mundial de velocidad para gaviotas! Pero el triunfo duró poco. En el instante en que empezó a salir del picado, en el instante en que cambió el angulo de sus alas, se precipitó en el mismo terrible e incontrolado desastre de antes y, a ciento treinta kilómetros por hora, el desenlace fue como un dinamitazo. Juan Gaviota se desintegró y fue a estrellarse contra un mar duro como un ladrillo.

Juan Salvador Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver. Aprendía más cada día.

Aprendió que un picado aerodinámico a alta velocidad podía ayudarle a encontrar aquel pez raro y sabroso que habitaba a tres metros bajo la superficie del océano: ya no le hicieron falta pesqueros ni pan duro para sobrevivir. Aprendió a dormir en el aire fijando una ruta durante la noche a través del viento de la costa, atravesando ciento cincuenta kilómetros de sol a sol. Con el mismo control interior, voló a traves de espesas nieblas marinas y subió sobre ellas hasta cielos claros y deslumbradores... mientras las otras gaviotas yacían en tierra, sin ver más que niebla y lluvia. Aprendió a cabalgar los altos vientos tierra adentro, para regalarse allí con los más sabrosos insectos.Lo que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para si mismo; aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado. Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquellas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena.Vinieron entonces al anochecer, y encontraron a Juan planeando, pacífico y solitario en su querido cielo. Las dos gaviotas que aparecieron juto a sus alas eran puras como luz de estrellas, y su resplandor era suave y amistoso en el alto cielo nocturno. Pero lo más hermoso de todo era la habilidad con la que volaban; los extremos de sus alas avanzando a un preciso y constante centímetro de las suyas.Sin decir palabra, Juan les puso a prueba, prueba que ninguna gaviota había superado jamás. Torció sus alas, y redujo su velocidad a un sólo kilómetro por hora, casi parándose. Aquellas dos radiantes aves redujeron tambien la suya, en formación cerrada. Sabían lo que era volar lento.Dobló sus alas, giró y cayó en picado a doscientos kilómetros por hora. Se dejaron caer con él, precipitándose hacia abajo en formación impecable.Por fin, Juan voló con igual velocidad hacia arriba en un giro lento y vertical. Giraron con él, sonriendo.Recuperó el vuelo horizontal y se quedó callado un tiempo antes de decir:-Muy bien. ¿Quiénes sois?-

Somos de tu Bandada, Juan. Somos tus hermanos. -Las palabras fueron firmes y serenas.

Hemos venido a llevarte más arriba, a llevarte a casa.-¡Casa no tengo! Bandada tampoco tengo. Soy un Exilado. Y ahora volamos a la vanguardia del Viento de la Gran Montana. Unos cientos de metros más, y no podré levantar más este viejo cuerpo.-Sí que puedes, Juan. Porque has aprendido. Una etapa ha terminado, y ha llegado la hora de que empiece otra.Tal como le había iluminado toda su vida, también ahora el entendimiento iluminó ese instante de la existencia de Juan Gaviota. Tenían razón.

El era capaz de volar más alto, y ya era hora de irse a casa. Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra de plata donde tanto había aprendido.-Estoy listo -dijo al fin. Y Juan Salvador Gaviota se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en un perfecto y oscuro cielo.

El cineasta Hall Bartlet en 1973, realizó una estupenda película, logrando con asombroso acierto, la titánica tarea de traducir en imágenes tan espectacular historia, acompañado de uno de los soundtracks más hermosos a cargo del talentoso Neil Diamond.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Freddy...aún después de habernos rotos las alas, podemos remontar el vuelo, todos somos llamados a ser luz del mundo, porque todos somos ya esa realidad profunda, hemos de descubrir esa realidad y vivirla, Muy bueno el video. Recibe mi cariño.
Besos.

tormenta del mar dijo...

Freddy: No me deja hacer comentarios tu página, no sé que pasa? Esto es un intento.

Besos!

FEVC dijo...

gracias a estas dos queridas y valerosas amigas por poner su granito de arena y con ello abrigar mi alma,se les quiere,añora y respeta.
¡Besos!

Anónimo dijo...

HOLA

Anónimo dijo...

Mi querido amigo, debo confesarte que éste ha sido uno de los post más maravillosos que he disfrutado. No tienes idea de lo bien que me sentí leyendo éste fragmento.
Su semejanza con la vida que se desea alcanzar, el reto a desenmascarar los miedos, la maravillosa sensación de plenitud interior lograda por Juan Gaviota nos invita a alzar el vuelo. Intentarlo una y otra vez, ser constante, pero sobre todo creer en nosotros mismos. Parece que las lecciones de vuelo no terminan, quizá y sea necesario tomarlas en cuenta en estos precisos momentos, aunque resulte difícil,bueno, tal parece, que en verdad somos compañeros de vuelo.
Creo haberte dicho en una oportunidad que todo llega en el momento preciso y coincidencialmente llego a leer simultáneamente algunos post que en cierta forma guardan relación o similitud de contenido. Esta genial forma de coincidir me lleva a reflexionar aún más sobre ello. Me encanta, lo disfruto y lo agradezco. A manera de ejemplo, para quien el replantearse una vida en solitario resulta una decisión trascendental, siempre existe el temor a equivocarse, a no asumir los retos o tomar las riendas de nuestro destino, se detiene uno a pensar tanto, que entonces viene la duda, y se queda luego uno como el resto de la bandada, soportando solo niebla y lluvia, sin permitirse la oportunidad de ir más allá y trazarse un nuevo punto de llegada u objetivo. De eso debe estar llena nuestra vida, de objetivos, metas y con ello, los sueños que esperamos alcanzar un día, habiendo tenido la fortaleza y el valor de haber alzado el vuelo, haber aprendido cómo planear, cómo alcanzar la velocidad adecuada, y de esta forma alcanzar nuestra felicidad, nuestra plenitud, nuestra paz interior. Fue hermoso el hecho de haber compartido esta obra, me has dejado con una grata sensación... fue como poder volar en verdad, el fragmento que más me gustó:
" Somos de tu Bandada, Juan. Somos tus hermanos. -Las palabras fueron firmes y serenas.

Hemos venido a llevarte más arriba, a llevarte a casa.-¡Casa no tengo! Bandada tampoco tengo. Soy un Exilado. Y ahora volamos a la vanguardia del Viento de la Gran Montana. Unos cientos de metros más, y no podré levantar más este viejo cuerpo.-Sí que puedes, Juan. Porque has aprendido. Una etapa ha terminado, y ha llegado la hora de que empiece otra.Tal como le había iluminado toda su vida, también ahora el entendimiento iluminó ese instante de la existencia de Juan Gaviota. Tenían razón.

El era capaz de volar más alto, y ya era hora de irse a casa. Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra de plata donde tanto había aprendido.-Estoy listo -dijo al fin. Y Juan Salvador Gaviota se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en un perfecto y oscuro cielo." Esas gaviotas que le acompañaron y ayudaron a subir más alto, representan los amigos para mí, esos que están allí bajo nuestros alas, impulsándonos, siendo como el viento que nos ayuda a seguir adelante. Qué bueno saber que formo parte de esa bandada, porque así me siento, como esas aves que le ayudaron a volver a casa. El video no pudo ser mayor o mejor regalo, lo considero tan hermosamente especial que pude sentirme por un instante, mientras duraba la canción, como Juan Gaviota, aprendiendo a volar. Mil gracias, querido amigo por regalarme estos instantes de felicidad. Dios te bendiga hoy y siempre. A veces, sin querer pienso, que me haría yo sin tí?(como la vieja cuña del papel de aluminio Raymond) Gracias por la risa, por las lágrimas de felicidad que hoy me has regalado. Abrazos y buenas noches mi compañero de vuelo. MIGUELINA