viernes, julio 18, 2008

Como estas siempre presente, maestro!


En realidad eres un genio creador:uno de esos seres tan atipicamente especiales,porque, a decir verdad, especiales somos todos , lo que ocurre es que regularmente nos damos cuenta de ello tardiamente, cuando hemos acabado el recorrido y transitamos el vacio hacia otra desconocida dimension.

Dramaturgo, hombre de letras, ciudadano comprometido,no solo consigo mismo y hasta con su publico,sino incluso,con un proyecto de pais.

En este precioso momrento, en que mi animo se encuentra vapuleado y commprometido por emociones encontradas, en que mi atribulada mente y humana osamenta atraviesa los vaivenes de una encucrijada de destino:en que mi idealismo utopico, se debate entre una expectativa de vida util y la desesperanza del desencuentro, del retorno a un enrevesado punto de no regreso, como esos grandes y humanamente contradictorios personajes que supiste tan perfectamente desnudar ante nuestros ojos en tu contundente dramaturgia televisiva,cinematografica y teatral, ahora recurro tambien a tus ensayos, que aunque historicamente anteceden a estos tiempos, jamas pierden vigencia ni dejan de mostrarnos la naturaleza humana.

Por ello resulta tan grato, sabroso y certero recordarte siempre y gritar al cielo :!

Como haces falta maestro!



MIAMI EXPRESS, Jose Ignacio Cabrujas
17/07/1937 - 21/10/1995
El Diario de Caracas, domingo 24 de noviembre de 1991
Recogido en la recopilación El país según Cabrujas, Caracas: Monte Ávila, 1992, p. 145-48.


Regreso de Miami, una ciudad esencialmente parecida a Managua, o lo que es igual, una ciudad teórica, de esas que se anuncian en carteles o en elementales señalizaciones, pero que en realidad no existen, o en todo caso, no constan. La autopista a la salida del aeropuerto procede a anunciarla en letras blancas sobre fondo verde, como una exagerada promesa de fe. To Miami. Las flechas se comportan a manera de esperanzas. Pero veinte minutos después, a uno le provoca preguntarle al taxista: Oiga. ¿Cuándo llegamos? Y la respuesta, es que siempre estuvimos, que Miami carece de afueras, que toda ella es afuera, centro y suburbio al mismo tiempo, uno de los más inmensos aledaños que haya construido el ser humano, tan ancho y tan largo que al terminar de hacerlo, no se dieron cuenta de que se les había olvidado fabricar la ciudad. No hay, en efecto fe de Miami, probablemente porque no hay imagen de Miami. Es la décima vez en mi vida que transito algunas de sus calles o que contemplo a derecha e izquierda sus esterilizados edificios, sin que mi memoria sea capaz de fijar una sola visión capaz de caracterizarla. Simplemente no existe. No consta. Miami es lo que te sucede en Miami, y nada más.

La historia, casi siempre mezquina con el Estado de La Florida, suele definir a esa ciudad, como el gran moridero judío, una especie de Auschwitz en versión amable, repleta de enfermeras en español, sin Gestapos mayores ni dobermanns especializados. Miami es un trance, un lugar de aceras calcinadas, casi blancas de puro relucientes, donde no debe ser del todo ingrata una agonía askenazy. Morir en Miami debe dar tedio, cuando mucho.

El taxi se detiene en el Hotel Omni, un verdadero santuario donde la generosidad de mis anfitriones quiso instalarme, quién sabe si para recordar un viejo estigma nacional. Se trata de aquel Centro Comercial que una década atrás, cuando Herrera hacía las veces de presidente y Pepi de ministro y sobrevino lo que tenía que suceder tras semejante asociación, se comportaba como nuestra Basora, nuestro Bagdad oportuno, el sitio donde la unidad monetaria nacional solía liberarse de yucas y chinchurrias y otras esencialidades, hasta hacerse cosmopolita o simplemente Benetton. Por más que sean los mexicanos quienes en este momento hacen nuestras veces en tan histórico recinto, uno echa de menos cierta placa conmemorativa en el Lower Mall, o en el Lobby Motor, donde se deje constancia de que los venezolanos, años ha, transitamos esos bazares y aportamos algún granillo de arena, como huéspedes naturales o en todo caso recomendables. Diez años atrás se aceptaba nuestro acento, nuestra manera natural de decir algún coño, sin que parezca lisura, con verdadero deleite. Ahora, en dos ocasiones, las vendedoras me preguntaron por mi lugar de nacimiento y mi respuesta, que quiso ser objetiva o por lo menos cordial, cayó de lo más haitiana en aquellos recintos otrora significativos donde nuestras tarjetas de crédito eran contempladas por las cajeras con absoluta veneración.

Después está la gente. Tengo para mí que Miami es una ciudad colonial, un ultramar de naturales, en el más extenso sentido de la palabra. Los policías, orgullosos y usualmente gringos, vale decir, representantes de la metrópoli, vigilan a los nativos, casi siempre centroamericanos en trance de conducirse a tono con el entorno. El esfuerzo conmueve, porque de no mediar aquellos revólveres, los súbditos organizarían fritangas, como en Puerto Rico o arcadas de buhoneros a la manera de Tegucigalpa. Hay allí en efecto, una desesperada necesidad de masita de puerco o de plátano mariquita sin tanto remilgo sanitario, pero a la ciudad le falta moño, le falta toalla húmeda en la cabeza o simple desenvoltura de cerveza, tal vez porque no hay peor fusión en la vida que la de unos latinos obedeciendo órdenes luteranas, es decir, reducidos a la asepsia y privados de sus reales ganas. Las espontaneidad es en Miami una manifestación casi siempre casera, el hartazgo de un cubano regulado a base de bolsitas y recipientes, donde cuidado si el ron trae pitillo. Extraño que a nadie se le haya ocurrido un partido independentista.

Tiene uno la sensación de que el presidente Bush, actúa en relación a La Florida como Felipe V en Madrid durante los años de la Capitanía General de Venezuela: distante y por Real Cédula. De allí que las instrucciones del gobierno central podrían resumirse en consignas del tipo: pórtate bien, págame los impuestos y cree en Dios que yo sigo existiendo, pero no demasiado, sino el low profile. Así, el miamense es un ser al que se le han extraído todas las identidades posibles, como le sucedió a Cunga Din de tanto entender a los ingleses. El tiempo los ha hecho bilingües, como los habitantes de una isla que contaran entre sus desgracias, la de haber sido descubiertos por el capital Cooke.

Me sucede, en efecto, con mi amiga hondureña, cuando me invita a comer pescado empanado, moros y cristianos y cafecito habanero en un lugar que tiene el cinismo de llamarse Joe Fish, ubicado en la afueras de las afueras del Coconut Grove. Me cuenta su vida, habla pestes de los guatemaltecos e intenta definirlos como gente escurridiza y ladina en la que ningún ser humano decente puede confiar. El asunto me alarma, puesto que toda mi vida he creído que este tipo de conversaciones sobre la maldad maya se había terminado a raíz de la muerte de Rufino Blanco Fombona, pero descubro en breve tiempo que para arribar a conclusión tan positivista, Margaret Mejías, que así se llama esta nativa de San Pedro Sula, utiliza el inglés como un certificado de fe capaz de darle autenticidad y certeza al idioma castellano.

—Los guatemaltecos —me dice, (los Guatemalans) son, you know, gente (people) que jamás (never) dicen la verdad, you know, the true. Te invitan a casas, you know, hombres pero a ti te da la impresión, de que no estás bien ubicado, you know, in the right place. No puedes creer, you cannot believe, en nada de lo que te dicen, y si te ofrecen una silla, you know, a chair, lo más seguro es que tenga una pata absolutely broken, ¿you know?, rota de bola.

El domingo, acudo al IV Festival Internacional del Libro, origen de mi invitación a Miami. Se trata de una proeza, de un verdadero alarde de civilización en una ciudad donde hasta hace nada, leer, para seguir con la modalidad de mi amiga hondureña, era una actitud lefty, ¿you know? Pero como hoy en día ya no se consigue un lefty ni para remedio, uno podría aseverar que entre las consecuencias de la perestroika, figura este asombro de ver exiliados cubanos arremolinados en torno a unos tarantines donde por 17 dólares puede adquirirse hasta una novela de García Márquez. Predominaban en los stands, libros de mafias esotéricas tibetanas y para mi gusto, había demasiado vishnu, exceso de krishnas, exagerada espiritualidad de berenjena y nada de San Juan de la Cruz, que toda la vida me pareció más animado hasta conciliable con el chorizo murciano, entre éxtasis y éxtasis. Conocí, gracias a la generosidad de mi amigo Angel Cuadra, literatos mexicanos, de esos que escriben poemas y se enredan en los títulos, hasta el punto de que uno de ellos leyó unas cuartetillas denominadas nada menos que Tenochtitlan Blues, como si tal cosa. Conocí al legendario Egon Wolff, a quien tenía desde 1958 por un pseudónimo chileno, siendo que se trata de un señor real, notablemente parecido a Curt Jurgens, y en general me pasé esos días hablando de Alfonso X el Sabio, con un singular poeta valenciano.

Cuando regresé a Venezuela, a eso de las diez de la noche, un día antes de escribir este artículo, me aguardaba la última novedad de nuestras autoridades aduaneras, vale decir, ese insólito semáforo que han instalado en la sala de equipajes del Aeropuerto Simón Bolívar, como una contribución eficacísima a la joda nacional. Yo no sabía de su existencia hasta ese momento, pero confieso que me quedé absolutamente perplejo. Si algún lector no conoce esta contribución patria a la requisa del equipaje vale la pena detenemos un instante en su descripción. Se trata de un semáforo, con sus correspondientes luces rojas, amarillas y verdes, ubicado justo antes del mesón donde en épocas pretéritas solíamos colocar nuestras casi siempre ilegales maletas a fin de ser palpadas por el Ministerio de Hacienda. Debo decir que jamás he regresado a Venezuela sin tener la sensación de estar cometiendo una irregularidad delictiva.

Más que una revisión del contenido de mi equipaje, yo veía en el acto del aduanero la sensación de una juridicidad en entredicho. De allí que siempre, me provocó pedir perdón, antes de abrir el cierre o retirar el candadito. Nada me quitaron en cincuenta años, ni siquiera un jamón argentino, que es el máximo desafío legal que me he permitido en la vida. Cuando el revisor me indicaba cordial o antipático, que podía seguir adelante, las gracias me salían del alma, puesto que en el fondo interpretaba su gesto como una sentencia absolutoria. Pero de tanto susto, alguna vez me prometí a mí mismo, que si llegaba a conocer a algún Ministro del Erario Público, por azar de vida, le preguntaría por aquellos bienes que un ciudadano venezolano puede adquirir en el exterior sin contradecir las ordenanzas ni hacerse reo de la justicia. Nadie en Venezuela, puede aseverar que conoce estas disposiciones y en mi caso sólo poseo una relativa certeza de que un lomo gallego embuchado, es algo terriblemente criminal y muy mal visto en el recinto de la aduana.

Pero lo que antes era simple confusión ha comenzado a convenirse en una situación de azar: vale decir, llega el pasajero a la mesita tipo automercado y se le insta a que oprima un botón capaz de accionar el semáforo. Entonces hay dos posibilidades: o la luz verde, o la luz roja. Si se enciende la luz verde, el ciudadano ingresa al país, así lleve en la maleta un cocodrilo en salmuera o una provisión de peyote norteño. Si se enciende la luz roja, no sólo te revisan hasta las estampitas de Santa Isabel de Hungría, que son de las cosas más legales que existen, sino que te expones a una de las peores cuchufletas de la vida, a una de las más sangrientas jodas que un ser humano pueda recibir, así se trate del mismísimo doctor Úslar Pietri regresando de Salamanca.

El semáforo de Maiquetía institucionaliza en Venezuela, lo que podríamos llamar un sistema jurídico determinado por el azar y el envite, vale decir, una cosa que no se les ha ocurrido ni siquiera a las autoridades de Las Vegas, donde hasta las palanquitas de las pocetas sirven para accionar duraznitos y cerezas.

Yo, a partir de esta experiencia, quiero ver semáforos en todas partes. Por ejemplo, a la hora de pagar el impuesto sobre la renta, que me pongan mi semáforo en la taquilla. Incluso, el asunto podría extenderse a los tribunales, y así aliviar el trabajo de los jueces. Llega el reo a la hora de la sentencia y toca el botoncito. Si es rojo, va a la cárcel, si es verde... sigue el camino de Lusinchi.

Pero no seamos tímidos, no nos quedemos en el semáforo, ahora cuando el país se inaugura en Maiquetía con este novedosísimo estilo lúdico. A mí, por ejemplo, me encantaría jugarme una sentencia de la Corte Suprema de Justicia al Black Jack, con Zoppi de croupier, diciendo Faites vos jeux, messieurs ... faites vos jeux !

O el auto de detención del Ministro Carrera, a la ruleta.

O la requisitoria de Ciliberto, al bridge.

O la detención del taiwanés de Recadi, al póker.

Yo este lunes, comienzo a vivir a cara o sello. Quién sabe si es más real. Quién sabe si hemos comenzado a parecemos.

De todas maneras, lector: ¡pares o nones! ¡Y que sea lo que Dios quiera!

XXX

Dramaticos:
...

DOÑA BARBARA (1974- de Rómulo Gallegos Adapt por José I. Cabrujas)

La Señora de Cardenas (1977)

SILVIA RIVAS DIVORCIADA (1977)

SOLTERA Y SIN COMPROMISO (1977)

La Comadre (1979)

Gomez I y II

EL ASESINATO DE DELGADO CHALBAUD

La Señorita Perdomo (1982)

Chao, Cristina (1983)

La Dueña (1984)

La Dama de Rosa (1986-87)

Señora (1988)

Emperatriz (1990)

Las Dos Dianas (1992)

El Paseo de la Gracia de Dios (1993-94)

Peliculas:

Profundo (1988)

Amanecio de Golpe (1998)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, especiales, únicos e irrepetibles somos todos.
Fue hermoso leer este ensayo de Cabrujas, su talento, su ingenio y sagacidad deja entrever la inteligencia, capacidad de percepción e indudable tino para lograr adentrarnos en su mundo interior.

Sin pretender tener las respuestas a las interrogantes que puedas plantearte en los actuales momentos, porque de seguro estarás atravesando por un mar de ellas. No pierdas nunca el norte,mi querido amigo.
Mantente firme en la fe, se constante y no te desanimes.
No permitas que el cansancio te agobie, sé tú más fuerte y sigue siempre adelante.
Si caes, vuelve a levantarte. Estaré aquí para recordarte, que los amigos estamos para eso. Cuenta conmigo ok.
Recuerdas aquel escrito de la rana sorda que una vez te regalé? esta es una buena ocasión para poner en práctica el aprendizaje.
Echale ganas a la vida y pa´lante. Te he dicho ya lo mucho que te quiero?, sé que está dicho entre líneas, peo aún así quiero aprovechar la ocasión de recordarte, por si acaso...
TE QUIERO MUCHOTE, MI QUERIDO AMIGO, y deseo lo mejor para tí, de corazón. Cuídate mucho si? Dios te acompañe en este nuevo andar. Abrazos...MIGUELINA