Para el niño que somos,
el que fuimos,
el que todos llevamos dentro
Cuando era niño,
me gustaba corretear
con todos mis sueños,
por la arena de la mar.
Inventaba historias
de una estrella que se hundió
dentro de las olas
de mis cuentos de ilusión
Cuando era niño,
preguntaba por qué yo,
era marroncito
y quemado por el sol
Y fué que una tarde, en la cima me monté
y llegó la noche y durmió sobre mi piel
Cuando era Niño,
mis mañanas las guardé
dentro de un bolsillo,
junto a un barco de papel
Cuando era niño,
con mi corazón volé
en una cometa
Esa hermosa canción, compuesta por nuestro talentoso Rafael "Pollo" Sifontes, e interpretada por la fabulosa Delia, que en los 80, gracias a su inolvidable interpretación obtuviera el segundo lugar para Venezuela del Festival de la Canción OTI, viene a colocación, ante la inminente celebración del Dia del Niño, el venidero domingo 16 de julio, y además nos enternece y recuerda la magia que se anida en cada uno de nosotros.
El encanto y la inocencia de la niñez, esa época dorada de nuestras vidas que pasa demasiado pronto para poder disfrutarla conscientemente.
Y es que, con ocasión al ser niños, no hay problemas con quienes abierta y cronológicamente lo son.
Hermosas e inocentes criaturas que desde su óptica particular, transitan por la vida anhelando y recibiendo caricias, afecto, comprensión y mimos. Queriendo crecer, formulando inquietantes preguntas sobre el apasionante mundo desconocido de los adultos.
Todos hemos sido niños. Algunos lo fuimos y dejamos de serlo, sin ni siquiera habernos dado cuenta de que lo fuimos.
Otros lo fuimos y seguimos siéndolo, con nuestras actitudes y modos de afrontar la vida (conozco una persona especialisima que inteligente, profesional y grandioso, aún sigue siendo un extraordinario, brillante y zulianísimo niño, a quien quisiera dedicar estas líneas).
Unos, los más conservadores, tratamos de mantener oculto ese niño y le encerramos en nuestro closet interno, para guardar las apariencias y seguir pareciendo adultos.
Quienes hoy transitamos por la adultez, vivimos enfrascados en nuestra rutina, en la neurosis colectiva, habiendo satisfecho ese afán de crecer, esa ansiedad de "ser grandes" para tomar nuestras propias decisiones, ser como nuestros padres, nuestros hermanos mayores o aquél amigo o vecino mayor, que admirábamos o simplemente constituía nuestro patrón de vida (independientemente de su efectividad) y en ese desmedido afán de ser grandes y jugar a crecer, perdemos inocencia y candor.
No hay nada más hermoso que ser niño, querer y reir, tener la convicción de que la vida está llena de maravillosas sorpresas, que a pesar de los contratiempos, en las noches de tormenta y ante nuestras más temibles miedos y pesadillas, siempre estará alguien querido para acobijarnos y protegernos.
Que el buen Dios o ese ser supremo en quien casi todos creemos, bendiga y proteja siempre a la infancia, nos proporcione la fuerza y coraje necesario para mantener vigente a ese niño que habita en cada uno de nosotros...